Para celebrar la Re-edición de Nancy Pintora de 1976, hemos decidido hacer un pequeño relato inspirándonos en esta preciosa muñeca. Descubre las Re-ediciones de Nancy en nuestra web www.DollsAndDolls.com
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NANCY PINTORA
EN LA UNIVERSIDAD
– EL DÍA DE LA EXPOSICIÓN –
Hoy era un día muy especial para ella. Tras tantos meses de trabajo en el estudio, por fin había llegado el día de presentar su proyecto de Técnicas y expresión pictórica -su asignatura favorita de segundo curso, sin duda-.
Anoche se había quedado hasta tarde para perfeccionar el proyecto, así que se había levantado un poco más tarde de lo habitual. Se miró al espejo y vio a una chica rubia con el pelo largo y alborotado. Decidió ponerse el blusón rojo que se había comprado el año anterior en París, en una pequeña boutique del centro. Adoraba ese blusón.
Una vez ajustado el precioso blusón color carmín, decidió colocar su maxi-lazo negro a juego atado al cuello, el cual le daba un toque bohemio y rompedor. Nerviosa, presionó el botón de su Smartphone y, casi al instante, Nancy dio un respingo tal que alarmó a su gata, que la observaba hecha un ovillo desde su cama. “¡Madre mía, la hora!”. Se dirigió hacia su armario resoplando y se zambulló en él unos segundos hasta que consiguió encontrar sus pantalones a cuadros de Tommy Hilfiger. Eran holgados, clásicos y algo acampanados, ¡pero muy chic! Los había conseguido hacía unas semanas en una tienda vintage y no imaginaba ocasión mejor para estrenarlos. A Nancy le ocupaba mucho tiempo la dedicación a su carrera, pero nadie le quitaba sus ratos de compras y de viajes.
Cogió su gran lienzo y su bolso, acarició a su gata a modo de despedida y se dispuso a salir por la puerta. Antes de salir se detuvo en el espejo de la entrada y volvió a ver a esa chica rubia recién levantada. De la percha de su espalda, cogió su boina negra y la colocó en su cabeza. El voluptuoso gorro disimulaba el cansancio acumulado que reflejaba su cabello. “Perfecto”, pensó.
Cargada con su trabajo para clase, de camino al autobús, Nancy pasó a saludar a la panadera y compró un pastelito que rápidamente devoró a modo de desayuno. Una vez llegó a la parada, se dio cuenta de que algo no iba bien.
Apelotonadas bajo el porche metálico negro, aguardaban unas diez o quince personas; era extraño porque, normalmente, solo acudían unas cinco o seis a coger el bus de las ocho en punto. Pensativa, Nancy se aproximó a la parada y buscó respuestas en alguna cara que no estuviera acostumbrada a ver todos los días.
-Disculpe – dijo Nancy, dirigiéndose a una señora, con su característica voz dulce- ¿ha ocurrido algo con el autobús? Hay mucha gente hoy en la parada.
La señora, algo más bajita que ella y con el pelo canoso, le sonrió.
-Sí, querida, el autobús de las ocho menos cuarto no ha pasado, así que todos esperamos al siguiente.
Nancy se quedó pasmada. Parecía que hoy no iba a ser un buen día para su recorrido diario en autobús, ya que no podía permitirse rasgar o golpear el cuadro que llevaba bajo el brazo.
-Querida –apuntó de nuevo la anciana para captar su atención-. Deberías tener cuidado con eso, jovencita. –dijo señalando el lienzo de Nancy-. Creo que no has escogido buen día para subirte en el autobús con un cuadro de ese tamaño – y se apartó de ella igual de sonriente-.
Nancy se quedó mirando su trabajo y se imaginó subiendo al bus abarrotado de gente con él a cuestas. Definitivamente, no era un buen día para ir en bus. Lanzó un suspiro resignado, dio las gracias a la señora y optó por caminar hasta la facultad.
El campus estaba relativamente cerca de su casa, a una media hora a pie, pero le hubiera gustado llegar temprano y, así, tener más tiempo para tomar algo con sus amigas en la cafetería.
Pasó gran parte del camino pensando en cómo iba a ser su presentación ante el profesor y el resto de los alumnos. De pronto, notó que su móvil vibraba en el fondo de su bolso. A duras penas, consiguió sacar su teléfono y pudo ver en pantalla quién le estaba llamando: Fancy. Pensó que sería algo importante, ya que ella solía escribir por WhatsApp, así que descolgó el teléfono algo inquieta.
– ¿Sí?
– ¡Nancy, tía! –exclamó al otro lado de la línea Fancy- ¿Dónde estás? Oye, escúchame, tía -dijo sin dejar a Nancy responder- Tú te acuerdas de que hoy es el cumpleaños de Amanda, ¿no? Es que, a ver, creo que no te invitó, pero, claro, me ha invitado a mí y no sé qué hacer ¿sabes?
Nancy puso los ojos en blanco mientras aceleraba el paso para poder cruzar la calle antes de que el semáforo por el que pasaba cambiara a rojo. Adoraba a Fancy, le había demostrado estar en los buenos y en los malos momentos desde que se conocieron en el instituto, pero últimamente no disfrutaba mucho de su compañía y debía reconocer que a veces era muy inoportuna.
-Mmmm, no –respondió-. No, no me invitó. Pero tampoco me importa mucho; es una frívola y una insensible. ¿Quién en su sano juicio diría que La Sagrada Familia es una “cagarruta de pájaro”? –ambas rieron-.
-Ya, bueno, sí. –hizo una pausa- ¿Entonces qué hago, tía?
-Mira, te ha invitado, puedes ir si quieres bajo tu propia responsabilidad-dijo en tono risueño, ya que las fiestas de Amanda eran famosas por ser peligrosas (en el buen y en el mal sentido)-. Además, seguro que va Sandro. Es de su club de idiotas y sé que a ti te vuelve loca. Quizá si vas te des cuenta de una vez por todas de cómo es realmente ese personaje.
Nancy estaba cruzando la avenida de los Limoneros, lo que significaba que le quedaban unos pocos minutos para llegar a la cafetería de la facultad.
-Tía, ¿vienes andando?
– Sí, ¿qué pasa? – respondió Nancy muy seca.
– ¿Por qué eres tan borde? – replicó Fancy al otro lado del teléfono- No me lo digas. No has dormido por ese estúpido trabajo para el señor Flecher. Ese…profesor-dijo su amiga con cierto resquemor- no se merece ni una pincelada tuya Nancy. Es un carca y… un agrio.
-Oye, mi trabajo no es estúpido y el señor Flecher no es agrio, es…exigente.
-Agrio.
-Lo que tú digas Fancy. Oye –dijo cortando la inminente intervención de su amiga-, acabo de entrar en el campus, nos vemos en nada. Ciao – colgó su móvil y lo lanzó al pozo sin fondo de su bolso-.
Nancy había llegado al campus en tiempo récord gracias a los nervios que llevaba consigo por la exposición de hoy. Cruzó los altos muros de hormigón blanco de la facultad y accedió al enorme patio de entrada, del que nacían las diferentes calles que separaban las facultades entre sí. Aminoró el paso, ya que la gran amplitud del campus traía consigo que muchos estudiantes optaran por desplazarse en bici y, a veces, en moto y esto, justo hoy, suponía un peligro para el cuadro que llevaba bajo el brazo.
Repasando mentalmente el discurso, Nancy avanzaba por los amplios pasillos descubiertos, rodeados del verde césped recién cortado, donde algunos estudiantes pasaban el rato charlando, comiendo o estudiando. Al final de uno de esos largos pasadizos vislumbró la cafetería de la facultad de Bellas Artes y, como siempre, estaba abarrotada de alumnos –tanto de esa facultad como de otras, ya que, sin duda, tenía las patatas bravas más deliciosas y baratas de todo el campus universitario-.
Nancy se acercó a la terraza de la cafetería, donde le esperaban sus amigas Fancy, Lola y Amélie.
– ¡Nancy, aquí! – exclamó Lola mientras levantaba el brazo con un gesto de saludo y una sonrisa amplísima.
Sus amigas estaban tomando una ración de esas famosas bravas mientras charlaban sobre las clases y exámenes próximos. Sin soltar su preciado trabajo, Nancy tomó asiento.
– ¿Ese es el tgabajo de Teogías? –preguntó Amélie con un claro acento francés.
-El mismo – dijo soltando un suspiro y acariciando la tela ocre que cubría el lienzo.
– ¿Y lo has traído andando desde tu casa? Madre mía…-apuntó Lola ojiplática-.
-Sí, ya le he comentado que no valía la pena tanto esfuerzo para el señor Flecher – comentó Fancy sin despegar la vista del móvil, probablemente wasapeando con Amanda-.
-Fancy, no lo hago por él, lo hago por mí. Quiero un sobresaliente en todas las asignaturas que pueda para poder irme en tercero a La Sorbona, ya lo sabes – Fancy levantó la vista del móvil-.
-Tía, te lo digo porque te aprecio –el semblante de Fancy se tornó burlón-. Vayas o no a La Sorbona, al final acabarás donde todas: En el Paro.
-Vaya, qué optimismo–resopló Lola-.
-Y tú qué ilusa.
Fancy estaba profundamente disgustada con la facultad. Nancy recordaba cómo de ilusionadas comenzaron sus estudios universitarios en algo que tanto amaban; pero a medida que pasaban los exámenes y las clases, se fueron percatando lo que suponía estudiar una carrera tan sumamente subjetiva en sus correciones. La fragilidad de Fancy hizo que las críticas de los docentes la hundieran y comenzó a perder la motivación en las clases y a ganarla en el resto de entornos de la facultad: Fiestas, convenciones, chicos… Lo que salvó a Nancy de caer en un pozo donde auto compadecerse fue, sin lugar a dudas, su afán de perfeccionismo y tozudez. Así que comenzó a centrarse de lleno en las clases y a salir de vez en cuando para que su mente no se volviera en su contra. Todo aquello había acabado por distanciarlas y, aunque seguían viéndose casi a diario, a veces parecían completas desconocidas.
-Voy a por un bocadillo. No he desayunado y me muero de hambre- Nancy se levantó de su asiento-. Me cuidaríais el cuadro con vuestra vida, ¿verdad?
-No lo dudes- dijo Lola.
Nancy se dirigió hacia la cafetería, volviéndose cada dos pasos para vigilar el estado de su lienzo. Una vez dentro, se dispuso a hacer cola tras una enorme multitud. La cafetería estaba llena, demasiado para un miércoles a las 8:30 de la mañana. “Pero, ¿qué pasa hoy?”.
Tras quince eternos minutos de espera, Nancy pudo al fin acercarse a la barra para pedir su bocadillo favorito:
-Un bocadillo vegetal sin olivas, por favor.
La camarera cobraba a un chico mientras tomaba nota de la comanda de Nancy. A los pocos segundos, se volvió hacia ella y respondió:
-No nos quedan bocadillos vegetales, reina. Sólo nos quedan de calamares con mayonesa o de tortilla de ajos tiernos.
“No puede ser verdad”.
-Eh… Está bien –dijo Nancy sin perder la sonrisa- Pues…de calamares entonces –“De ajo ni pensarlo”.
La camarera cobró a Nancy y le tendió su bocadillo, el cual esta se guardó en el bolso. Salió de la cafetería y vio que sus amigas comenzaban a levantarse de la mesa.
-Ey –dijo Nancy sacando su bocadillo- ¿tan tarde es? – Lola le entregó su lienzo.
-Sí, faltan diez minutos para la clase y sabes de sobra cómo es el profesor Flecher. Nos cerrará la puerta en las narices si llegamos un minuto tarde.
Nancy se moría de hambre, pero no le daba tiempo a terminar su bocadillo, así que desenvolvió un poco y mordisqueó un pequeño trozo para envolverlo de nuevo y guardarlo en su bolso para tomarlo luego. Mientras, Fancy recogía sus cosas un tanto airada y refunfuñaba algo que Nancy no lograba identificar.
-Bueno, listillas, -suspiró Fancy- yo me voy a la sala de estudiantes. Hay torneo de billar. Seguro que lo paso mejor que en la clase de Flechercarca –Volvió la vista hacia Nancy- No te ofendas. Mucha suerte, tía, seguro que lo haces genial.
Fancy comenzó a alejarse en dirección contraria a las demás y, mientras subían las escaleras, Nancy preguntó a Lola y Amélie si se había perdido algo esperando en la cafetería al bocata que apenas había podido probar.
-Sí – comenzó Lola – La arpía de Amanda ha pasado con su grupito y, bueno, entre ellos estaba Sandro. Pues Fancy ha saludado a Amanda y a Sandro y ¿adivinas cuál de los dos le ha ignorado?
-Me puedo hacer a la idea… ¿Sandro?
-Cogecto – dijo Amélie.
Cuando subieron al aula, Amanda y su clan ya estaban colocados en la parte de atrás. Hoy era el primer turno de exposición de trabajos para el señor Flecher y las filas de delante estaban reservadas para los alumnos que tenían que realizar su exposición. Nancy estaba visiblemente nerviosa cuando se dirigió a las primeras filas junto con Lola –la cual tenía hoy que realizar también su muestra de trabajo-. Una vez sentadas, se giraron para buscar a Amelie y hacerle un gesto cariñoso. Esta les respondió con unos pulgares arriba de ánimo.
Se escuchó la puerta abrirse y el profesor Flecher entró en la sala con paso firme, repasando con la mirada la cantidad de pupitres que aún estaban vacíos.
– Señores, recuérdenle a sus compañeros la regla de la puntualidad, por si el aguarrás les ha hecho olvidar la premisa de mis clases-. Flecher se acercó a su gran mesa de roble, dejó caer en ella sus finas carpetas y depositó su vaso de café de la máquina del pasillo al otro lado de la mesa.- Bien, hoy haremos el pase del primer turno de exposiciones sobre su trabajo. Recordemos para los despistados que el trabajo consiste en un 70% de la nota final. En tres minutos cerraré las puertas, por si quieren avisar a alguien con sus máquinas infernales –eso, para el señor Flecher, eran los móviles- y comenzaremos por orden de lista con las exposiciones.
El profesor era un hombre serio, dedicado y concienzudo en su trabajo; llevaba pocos años como catedrático en la universidad y, a pesar de ser uno de los docentes más jóvenes, se había ganado una excelente reputación y un incuestionable respeto por parte de sus alumnos. Era de estatura media, complexión delgada y cabello castaño. Sus ojos, sin embargo, eran de un azul claro que -según Lola- daban algo de yuyu. Muchos alumnos enmascaraban con desprecio el solemne respeto que profesaban al señor Flecher, ya que absolutamente todos se enorgullecían si el profesor les dedicaba unas mínimas palabras de loa; palabras que, Nancy, deseaba con todas sus fuerzas escuchar hoy.
Habiendo ya desplegado sus hojas de exposición sobre su pupitre, Nancy resoplaba mientras repasaba a la velocidad del rayo los apuntes de su discurso. Ahora sí que estaba nerviosa. No paraba, de manera inconsciente, de mover su pierna y frotarse las manos. Su amiga se percató de que Nancy estaba al borde de un ataque de nervios y trató de tranquilizarla contándole una anécdota muy divertida sobre Amanda.
-… y se quedó con una cara que ¡tela! –rio Lola.
Aunque su intento de tranquilizarla había sido en vano, Nancy agradecía muchísimo que Lola se tomara tantas molestias para intentar calmarla. Se habían conocido ese año, justo en esa asignatura, ya que ella estaba entre dos cursos. Lola era una alumna excelente y había demostrado también ser una muy buena amiga.
El profesor se dirigió hacia la puerta del aula y, antes de cerrarla, dejó pasar a dos alumnas que se habían quedado rezagadas, no sin antes hacerles un recordatorio sobre su tajante puntualidad. Cuando cerró la puerta tras de sí, anduvo por el pasillo realizando una breve introducción a la clase de ese día.
Como bien había anunciado, uno a uno y por orden alfabético, los alumnos comenzaron sus exposiciones. De todo había; unas muy nefastas, otras atrevidas… Pero, a los ojos de Nancy, ninguna brillante. “Eso me da una oportunidad para destacar y conseguir la matrícula”, pensó.
-Bien…Gracias por su… aportación, Espinosa – dijo Flecher apuntando rápido en su libreta de anillas.
Un tímido aplauso se escuchó en la sala mientras el alumno recogía su peculiar proyecto. “Me toca a mí, me toca a mí”, pensó Nancy mientras dejaba todo listo para levantarse sin provocar ningún estropicio con su adorable y molesta torpeza.
-La siguiente en la lista es la señorita… Famosa, Nancy –el profesor alzó la vista para buscar con la mirada a la alumna de nombre curioso que debía presentar su proyecto a continuación. Comenzaba a estar cansado y se llevó la mano a la frente. Todos habían realizado un trabajo correcto, pero nada impresionante. Mientras observaba cómo la alumna recogía su lienzo y lo depositaba en el caballete sobre el estrado, recordaba que la semana venidera debía acudir al Reina Sofía de Madrid a realizar la tasación de una pequeña y novedosa colección del afamado pintor danés que comenzaba a hacerse un hueco en el panorama vanguardista europeo. Y no le apetecía absolutamente nada. Por ello, esos días se encontraba un poco saturado mentalmente.
Nancy subió al estrado y se puso frente al caballete. Una vez colocado el lienzo, que aún estaba cubierto por una la tela ocre, se cercioró de que estaba recto y visible para todos los presentes. Pidió que le encendieran la luz de exposición, para dar un ambiente más propicio para su discurso y esperó a la señal del profesor, que se encontraba en penumbra, de pie junto al estrado.
-Bien, señorita…Famosa. Puede comenzar.
Nancy respiró hondo y se dirigió hacia el público presente. Sus amigas le hicieron unos tímidos, pero enérgicos, gestos de ánimo y comenzó la exposición.
-Como todos sabemos aquí, Van Gogh fue uno de los artistas más valorados en el S. XX. Si bien, su suerte le llevaría a vivir en la más absoluta desdicha y a no poder conocer su gigantesco éxito póstumo. Es por ello, por lo que he decidido basar mi reflexión en este artista. Porque lo que hoy he dejado caer sobre este estrado no es un simple cuadro. Lo que hay tras esta lona es, más bien, una reflexión –dijo esto último buscando la mirada del profesor, el cual la observaba intrigado -.
Tiró suavemente de la lona dejándola caer sobre el suelo y descubriendo su cuadro. Sus amigas se inclinaron sobre sus pupitres, intrigadas por el resultado del trabajo que le había llevado meses a su compañera. Lola no pudo evitar sonreír a Nancy.
El cuadro representaba una habitación, con una gran cama en el centro, un tocador blanco de aire renacentista frente a ella, unas pocas y pequeñas plantas adornando la estancia y unas enormes ventanas de guillotina al fondo de esta. Era un cuadro de paleta cálida y clara, con mucha luz, y con detalles que le daban un toque especial, como un gato acurrucado sobre la cama y una foto de una bailarina sujeta al espejo del tocador.
Lola y Amelie se miraron, sorprendidas. “¡Es su habitación!”.
El profesor se quedó mirando el cuadro, cuyas pinceladas tenían un estilo diferente y delicado. Consideró la gama cromática y le pareció un acierto, pero le chirriaba un tanto la cantidad de luz deslumbrante del cuadro. Sin embargo, esperó a que la alumna continuara la exposición.
-Como Van Gogh, he decidido retratar la que, desde hace un año y medio, es mi habitación. Como veis, no es un gran palacio y está algo desordenada; algunos vaqueros por allí, dibujos al carboncillo por allá… Pero, tal como os he dicho, quiero que realmente entendáis mi propuesta, porque, si la entendéis, aprenderéis a vislumbrar más allá de lo visible en cualquiera de las obras que admiréis.
La risita burlona de Amanda se escuchó al fondo del aula y el grupo que andaba con ella comenzó a reír en silencio y a mascullar cosas que Nancy prefería no escuchar. Flecher, sin embargo, se percató de ello.
-No me voy a cansar de repetir que el respeto es una cualidad esencial para entrar en mi clase. Si se lo han dejado hoy en casa, pueden abandonar este aula ahora mismo.
Nancy sufrió un leve instante de tensión y vergüenza, pero, gracias a la intervención del profesor, pudo obviar fácilmente las hirientes risitas de sus compañeros. Flecher buscó la mirada de Nancy y le asintió para que continuara con la exposición.
-De primer vistazo, observamos una simple habitación de una persona aparentemente joven, con mucha luz, una mascota aguardando en la cama y algunas plantas decorando la estancia. Pero, si nos fijamos, podremos entender lo que realmente hay detrás de esta imagen –parecía que Nancy acababa de acaparar toda la atención de los presentes en el aula-. Como norma, los artistas de vanguardia han querido plasmar ciertas experiencias o sentimientos en sus cuadros de una manera poco convencional, diferente a lo establecido. Por ello, la gran mayoría reciben la etiqueta de incomprendidos, simplemente porque muy poca gente se interesó realmente en intentar comprenderlos. Mi obra reflexiona sobre estas vidas, ya que sirven hoy día de inspiración para la realización de muchas otras. Si os fijáis, la configuración del cuadro emana el espíritu cercano y humilde de Van Gogh; es muy sencillo acercarse a un palacio o a una mujer bella y retratarlos (realmente quedarán muy bien), lo complicado es encontrar en lo cotidiano algo bello de plasmar. En esta pintura hay ciertos elementos que actúan como homenaje e inspiración a la par: La bailarina, propia de un cuadro de Degas, situada dentro de una foto en el espejo del tocador nos recuerda que la vida, aunque parezca quieta, siempre está en un elegante y continuo movimiento y que, en ocasiones, debemos detenernos para poder continuar con nuestra danza sin entorpecerla. El gato sobre la cama representa nuestro instinto, aquél que dócilmente nos guía a través de nuestra vida y, por último, la luz de la ventana simboliza la inspiración; aquella que acompaña al artista en todo momento.
Flecher comenzó a anotar rápido en su libreta y Nancy comenzó a ponerse algo nerviosa. Sus manos comenzaron a temblar ligeramente; sus amigas, en la penumbra, daban palmadas insonoras y alegres. “Bueno, ya queda poco”.
-Por tanto, mi propuesta es una invitación a la reflexión sobre la vida e influencia del artista. Podemos optar a ser correctos e intachables o, por el contrario, podemos beber de todo aquello que conocemos, interpretarlo, sentirlo y transgredir para, quién sabe cuándo, ser fuente de inspiración para muchas personas que se atrevan a intentar comprendernos. Ser artista es ver más allá, sentir aquello que no es percibido y convertir algo corriente en algo único –hizo una pausa para coger aire-. Muchas gracias.
El monólogo de Nancy había cautivado a muchos de los presentes y el aula se llenó de aplausos. Flecher, sin embargo, a penas había modificado su semblante, que permanecía en la penumbra escribiendo sus notas. Nancy sintió que algo no iba bien con su presentación y pensó en quedarse más tarde para interrogar al profesor sobre su intervención. Sinceramente, tal y como le estaba yendo el día, era de esperar que le pusieran un notable en el trabajo. Pero ella no se rendía tan fácilmente.
Recogió su lienzo y se sentó junto a Lola.
-¡Nancy, ha sido una pasada! – susurró Lola mientras Flecher llamaba al siguiente alumno de la lista- Te los has metido a todos en el bolsillo, incluido al profe. Vas a por la matrícula, ¿eh?
-Sí, bueno, iba a por la matrícula. No creo que Flecher se haya sorprendido tanto como tú crees.
-Bueno, bueno. Otra optimista. Ya verás, te van a poner matrícula.
La clase terminó tras las exposiciones restantes, entre ellas la de Lola. Nancy debía reconocer que su amiga había realizado una muy buena presentación; había conseguido hacer reír al público y su encanto natural había dejado en segundo plano su cuadro –un gran acierto, ya que no se había esforzado demasiado en la ejecución de la pintura -. Los alumnos comenzaron a abandonar el aula y Nancy se despidió de sus amigas tras comentarles que hablaría con Flecher después de clase.
El profesor se había quedado en la clase para corregir con calma las exposiciones. Estaba sentado frente al escritorio, inmerso en su portátil, cuando Nancy decidió abordarle. Flecher no se había percatado de su presencia, así que dio un ligero respingo cuando la chica le espetó un nervioso y educado “buenos días”.
-Buenos días – dijo levantando la vista de su ordenador, como salido de un trance-.
-Disculpe que le moleste, profesor, pero…Ehm, verá, – Nancy vaciló- la exposición…
-Mañana tendrá las notas colgadas en el aula virtual y en el tablón de la puerta de mi despacho –cortó a Nancy de manera tajante, volviendo la vista a su portátil-.
Nancy se quedó petrificada. En realidad, ella esperaba esa respuesta tan seca por su parte, pero no la esperaba tan pronto. Pensó en despedirse con educación y esperar mañana a los resultados, pero algo le decía que debía insistir.
-Sí, gracias, pero me refiero a si puedo hablar con usted un momento sobre mi exposición. Hay algo que he de aclarar sobre mi proyecto.
Flecher volvió a levantar la vista, esperando a que Nancy continuara.
-Verá, creo que no he conseguido el impacto que deseaba con usted o, bueno, por lo menos, no el que he causado al resto de los alumnos y… me gustaría saber qué es lo que ha podido ir mal.
El profesor se reclinó sobre su asiento y cruzó los brazos. Pensativo, miró a Nancy unos segundos que se le hicieron eternos.
-Bien. Verá, señorita…
-Nancy –se apresuró a puntualizar, ya que prefería que le llamaran por su nombre-.
-Nancy- repitió Flecher, asintiendo-. Tiene usted un indiscutible don para la oratoria, de eso no cabe duda –dijo sonriendo-, pero su trabajo no es del todo innovador; no he escuchado nada que no haya escuchado ya en todos estos años. Quizá no ha conseguido ese impacto en mi porque, simplemente, soy el profesor y no un alumno. Su discurso ha podido servir de motivación para muchos de sus compañeros, pero no ha llegado a calar en mí, señorita- Flecher se inclinó hasta apoyar los brazos sobre el robusto escritorio- Comprenderá que no es lo mismo leer “El Alquimista” con diez y nueve años que con treinta y tres, ¿verdad? Su intención es buena; su tesis es buena; su obra…no tanto. Pero, bueno, está usted aquí para aprender.
Nancy pasó de un blanco nuclear a un rojo fuego en su rostro. Se arrepentía de haberle preguntado nada sobre su exposición; ahora se encontraba mucho peor que antes. Llevaba cuatro meses preparando ese trabajo. Cuatro meses. Le había dedicado muchísimo tiempo y había puesto en él un trocito de su alma y su corazón. Las palabras de Flecher le llegaron como una jarra de agua fría y no pudo evitar llevárselo a lo personal.
-Señor…-replicó Nancy muy tensa y casi riendo por no llorar- Le he dedicado mucho tiempo a este trabajo, su…su asignatura me fascina y yo…
-Y lo aprecio, señorita. Pero el resultado es lo que se ha de valorar. El proceso, como usted bien ha explicado en su exposición, es algo que la gente no tiene en cuenta a la hora de admirar un cuadro y poder comprarlo. Quizá un artista lo aprecie, pero no todo el mundo lo es.
-Yo no he hablado de comprar o vender cuadros.
-Ya, pero querrá usted comer, ¿no, señorita? ¿O está haciendo esta carrera por amor al arte?
“Comer”. Casi se había olvidado del bocata que llevaba en su bolso y recordarlo hizo que le entrara mucha hambre. Las palabras de Flecher estaban siendo extremadamente duras, casi bordes, pero si no iba a optar a la matrícula en su asignatura favorita, debía saber por qué.
-¿Qué es lo que no le ha gustado del cuadro?
-El cuadro no es malo. La composición es buena; el trazo, si me permite decirlo, es exquisito; la luz…bueno, ahí se ha pasado un poco. La luz es irreal, exagerada, para mi gusto.
-La luz es fuerte porque representa la inspiración, la paz y el sosiego a la que el alma del artista ha de estar sometida en el proceso de creación. Hice honor a la luz que Sorolla transmitía en sus obras; esa luz que sólo el artista es capaz de ver.
-Pero es exagerada; Sorolla trabajó la luz, es cierto, pero la trabajó con gracia, con realismo. Esto, señorita, parece más bien de lo onírico, más… Dalí.
-Bueno, usted ha visto a Dalí donde yo veo a Sorolla –dijo apoyando su brazo derecho en la mesa-. Una buena obra inspira a cada persona algo diferente. Al final, que una obra inspire, sea lo que sea, es lo esencial. Si no inspira nada, es que no es arte.
Se miraron fijamente unos instantes, batallando con la mente aquello que no podían luchar con las palabras, hasta que Nancy, ruborizada, bajó la mirada y se apartó de la mesa.
-Puede retirarse –dijo Flecher aún pensativo-. Mañana tendrá los resultados.
“¿Y no me va a decir nada más? ¡No lo soporto!”, pensó Nancy mientras salía del aula en busca de un lugar donde poder comer su bocadillo en paz.
Sorprendentemente, la cafetería se encontraba vacía en aquél momento, así que se dirigió a una de las mesas libres que había en la parte de la terraza. El sol de las 11:30 de la mañana acariciaba su piel rosada y le causaba una agradable sensación de bienestar. Comenzó a buscar en el bolso su bocadillo de calamares cuando, de pronto, notó algo que la alarmó.
Al haber envuelto el bocadillo tras darle un mordisco, éste no había quedado totalmente hermético y ella no recordaba que el pan llevaba una abundante cantidad de mayonesa. Mayonesa que ahora campaba a sus anchas en el interior de su bolso. Su móvil estaba manchado, su monedero, sus llaves, sus libretas…
“No puede ser; este es el peor día de mi vida. ¿Me habrán gafado?”
Nancy se pasó la siguiente hora limpiando su bolso con servilletas de la cafetería, entre bocado y bocado de su pan con calamares y un poquito de mayonesa. Cuando ya casi había acabado, Lola, Fancy y Amélie llegaron de la sala de estudiantes y fueron a sentarse junto a ella.
-Tía ¿qué te ha pasado? –exclamó Fancy con los ojos muy abiertos.
-El bocata de mayonesa se aburría y ha montado una fiesta en mi bolso.
-Madre mía, menudo día llevas. Por cierto, Lola y Amelie han venido después de clase a la sala de estudiantes y…adivina.
-Han ganado el torneo de billar –dijo Nancy muy seria-.
El comentario causó la risotada de sus tres amigas, pero estas pararon cuando vieron que ella no se inmutaba.
-Amanda nos ha invitados a su fiesta- comentó Amelie, que era nueva en el grupo, ya que había venido de intercambio desde Francia ese año. Aún le costaba hablar en español, por eso parecía más reservada de lo que era en realidad.
-Y dale con Amanda- Nancy puso los ojos en blanco-. Qué pesada, por favor. Pues id todas, a mi me da igual.
Sus tres amigas se miraron extrañadas, percatándose de que algo le había sucedido a Nancy.
-¿Qué te ha dicho el imbécil de Flecher? No me lo digas: Se ha cagado en tu trabajo – dijo Fancy.
Nancy no pudo evitar romper a llorar; realmente estaba siendo un día muy duro. Sus amigas se levantaron e hicieron una piña a su alrededor, abrazándola.
-Es que, no es justo –dijo entre sollozos-. Lo hago todo lo mejor que puedo, voy a todas las clases, trabajo mucho, soy puntual, soy educada… ¡Y la vida me trata así! –sus amigas se apartaron para dejarle espacio, sin dejar de prestarle atención.
Nancy les relató el día que estaba teniendo, confesándoles el miedo que le daba continuar con la jornada por si algo malo ocurría. Lola intentó animarla transmitiéndole su admiración por el trabajo que había expuesto antes en clase. Fancy le enseñó un vídeo monísimo de gatitos en Youtube y Amélie se dedicó a sonreírle y acariciarle el brazo. Una vez pasado el sofoco, decidió bajar a las taquillas, situadas en el sótano de la facultad, para guardar su cuadro y poder volver a la cafetería sin tener que estar pendiente de algo tan delicado.
Cuando volvió con sus amigas, Amélie ya no se encontraba en la mesa. En su lugar, había una tapa de bravas que Lola y Fancy estaban prácticamente devorando acompañándola con una cerveza.
-Hay que ver, ¡cómo os cuidáis!
-Oye –dijo Fancy con la boca llena-. Somos estudiantes. Necesitamos energía en el cerebro para que las ideas fluyan.
-Como sigas hablando van a fluir las patatas a mi boca y te vas a quedar sin bravas –dijo Lola risueña.
Nancy se encontraba mejor, pero no podía parar de darle vueltas a la charla que había tenido con Flecher. Estaba acostumbrada a tomárselo todo como un reto, incluidas las críticas, pero aquello le había pillado débil y por sorpresa. Ella sabía que no era lógico odiar a un docente por sólo hacer su trabajo, pero le estaba resultando muy difícil no hacerlo.
De repente, las risas de sus amigas cesaron. Fancy acababa de ponerse el dedo en los labios y había hecho ese sonido que tanto molestaba a Nancy para hacer callar a Lola.
-Shhh. Calla, Lola, calla –cogió a Lola del brazo y la agachó un poco mientras le señalaba con el dedo un punto que se encontraba detrás de Nancy.
– ¿Ese es Patrick Flecher? –dijo Lola muy sorprendida mirando a Fancy.
– ¿Quién? –preguntó extrañada.
-Sí, tía, Flecher, el de Teorías. El señor que da una clase a la que nunca vas.
– ¡Ah, que se llama Patrick! No tenía ni idea… ¡Pero sí, es él!
– ¿Qué hace codeándose con el resto de los mortales? –dijo Nancy aún molesta por sus comentarios.
-No lo sé, pero cállate que viene hacia aquí.
El profesor pasó junto a la mesa de las tres amigas, que permanecieron en un silencio incómodo, aguantándose la risa mientras se miraban las unas a las otras. Cuando pensaban que se estaba alejando, de pronto, Flecher se giró hacia ellas, como si hubiera intuido las risas de las jóvenes, y espetó:
– ¡Señorita!
– ¿Sí? –preguntó Fancy, girándose en su silla.
-Me refería a la señorita Nancy.
Fancy se giró con una expresión de asombro y con una carcajada contenida; realmente estas cosas le divertían mucho.
Nancy se levantó de su asiento, aún visiblemente enfadada y se acercó al profesor mientras sus amigas se levantaban también entre risitas.
-Hola de nuevo –dijo Flecher-. Espero no haber interrumpido nada.
“Mi vida ha interrumpido, señor, mi vida.”
Nancy puso su cara más dulce y sonriente y explicó de manera educada que no había interrumpido nada, que sus amigas ya se marchaban y que era toda oídos para él.
-Quería saber si estaba bien, la he notado algo tensa antes y me gustaría pedirle disculpas si la he ofendido de alguna manera; hoy estaba algo agotado y con mil cosas en la cabeza. No debí hablarle en un tono tan áspero y poco respetuoso –dijo Flecher de una manera dulce y casi inaudible.
-Vaya… –dijo Nancy sorprendida- Gracias, señor Flecher, pero no me ha ofendido –mintió-. En este oficio hay que saber aceptar las críticas y…tampoco me ha dicho nada que no haya escuchado ya en todos estos años –apuntó devolviéndole el golpe que antes le había dado el profesor-.
Al contrario de enfadarse, Flecher rio la ocurrencia de Nancy y, tras despedirse, se dirigió hacia los despachos del profesorado.
“Bueno, al menos se ha disculpado”, pensó Nancy mientras se encaminaba hacia la biblioteca, colocándose el bolso en el hombro y sonriendo para sus adentros.
Pasó buena parte de la tarde estudiando para el próximo examen; nadando entre los libros y apuntes consiguió evadirse del nefasto día que había tenido y perdió la noción del tiempo. Serían las cinco de la tarde cuando recibió un whatsapp de Lola:
Dnd estas? T hemos stado buscando. Stan repartiendo Monsters gratis n la sala d estudiantes. Ven Y-A! Tq!
Tras meditarlo unos segundos, pensó que le iría bien un descanso. Había pasado cuatro horas metida en la biblioteca y una bebida energética le sentaría genial para afrontar las clases que aún le quedaban por delante. Recogió sus cosas y se encaminó hacia la sala de estudiantes. Allí encontró a una marabunta de gente agolpándose en la estrecha barra que copaba el centro de la sala. Muchos disfrutaban de sus bebidas ya sentados en los sofás y butacas del fondo o en los futbolines y billares de la izquierda de la gran estancia.
De ese gran alboroto apareció Amelie con dos Monster en la mano, sonriendo.
-He cogido una paga ti. Ellas nos espegan en las sofás –dijo señalando la zona de descanso.
Ambas se sentaron junto a Lola y Fancy y estuvieron un largo rato charlando sobre las clases, exámenes, compañeros y, por supuesto, sobre la fiesta de Amanda.
– ¿Por qué no te traes a tu amigo Flecher? – dijo Fancy burlona- Seguro que a Amanda le encantaría tener a ese agrio en su fiestón.
– ¡Oye! Flecher no es mi amigo, es un docente, por amor de Dios –repuso ofendida Nancy- Y no es un agrio. Y no, no pienso ir a esa fiesta.
-Uyyy…Parece que a Nancy le gusta el señor Patricio –Lola y Amelie rieron la gracia de Fancy.
– Pero ¿qué dices? Te recuerdo que fuiste tú la que le tiró los trastos y no has vuelto a su clase desde entonces.
-Oh, vamos, ¡si te has puesto colorada! –rio Fancy, disimulando el dolor que le había causado el comentario de su amiga-.
-No te soporto- suspiró Nancy-. Bueno, chicas, me voy a clase antes de que me caséis con el bedel del campus –se puso el bolso en el hombro y se levantó.
-Venga, tía, que sólo era una broma –exclamó Fancy- ¡Nancy!
Dejó atrás a sus amigas para dirigirse a por su lienzo a las taquillas de la facultad.
Dado que en primero consiguió seis matrículas de honor, decidió cogerse dos asignaturas de tercero en segundo año, aunque tuviera que quedarse tres tardes a la semana en la facultad. Pero hoy había decidido saltarse por primera vez una de las clases de tercero. No se sentía con ánimos ni fuerzas. Pensó que sería mejor descansar el resto de la tarde y tumbarse en su cama junto a su gata para ver Netflix.
Bajó las escaleras que conducían al lúgubre sótano lleno de taquillas donde los estudiantes guardaban sus proyectos. Ese sitio inquietaba a Nancy un poco cuando caía la tarde; casi siempre estaba vacío y las tenues luces fluorescentes que adornaban los pasillos no hacían más que empeorar el ambiente. Por ello, aceleró un poco el paso a medida que cruzaba los largos pasillos en penumbra. Cuando llegó a su taquilla, buscó la llave en su bolso y abrió la puerta. Nancy se quedó paralizada y se llevó una mano a la boca, reprimiendo un grito. “No está”.
¿Cómo que no estaba? Pensó que había mirado mal y que podía haberse despistado debido a la poca luz ambiente, así que volvió a revisar la taquilla y, de nuevo, se percató que su cuadro no estaba allí. “¡No está!”. Nancy no podía más. Se derrumbó.
Llevándose las manos a la cara, comenzó a sollozar en silencio dejándose caer poco a poco. No lloraba de tristeza, sino de rabia. Seguramente habría sido el grupito de Amanda para gastarle algún tipo de broma nada graciosa, pero estaba terriblemente agotada y muy enfadada porque el lienzo que tanto tiempo le había llevado realizar había desaparecido. Porque parecía que el mundo se había vuelto en contra suya. Porque parecía que tanto trabajo no valía para nada.
Sus pensamientos y sus sollozos no le habían permitido escuchar que alguien se acercaba por el pasillo, a toda prisa.
– ¿Se encuentra bien?
Nancy dio un respingo y se secó las lágrimas antes de girarse para descubrir a su salvador. Para su sorpresa, se trataba del profesor Flecher. Le costó un poco reaccionar, pero se levantó lo más rápido que pudo y se puso frente a él.
-Sí, no es nada –dijo sonriendo, aún con la voz algo tomada y con sus ojos color castaño aún algo irritados.
-Estaba buscándola por la facultad, el señor Lorenzo me comentó que estaría hoy en su clase, pero, al no encontrarla allí, he ido a la sala de estudiantes.- Se agachó para recoger el bolso de Nancy, que se había quedado en el suelo.
-E imagino que mis compañeras le han dicho dónde estoy- «Muchas gracias, chicas. Siempre tan discretas», pensó Nancy-.
-Sí – dijo tendiéndole el bolso.
-Ya – Nancy comenzaba a sentirse incómoda con la situación, así que decidió excusarse-. Bueno, tengo algo de prisa…
-Quería hablarle de su cuadro – le interrumpió Flecher.
– ¿Mi cuadro? – Nancy se extrañó bastante, aunque le esperanzó el hecho de que le profesor supiera algo sobre su querida obra.
-Sí. Verá, he estado dándole vueltas todo el día a la conversación que hemos mantenido antes en clase y, bueno, he pensado que quizá le gustaría saber que voy a llevar el cuadro a Madrid para exponerlo la semana que viene.
“Vale. ¿Qué?” Nancy se quedó pasmada, su rostro se encendió y tuvo que reprimir saltar de la alegría. Pero la euforia duraría poco, ya que acababa de recordar que algún gracioso se había llevado su lienzo.
-Se…se lo agradezco muchísimo, de verdad, pero… mi cuadro ha desaparecido –dijo cabizbaja.
-Por eso quería encontrarla cuanto antes –se acercó a ella y le puso una mano en el hombro para intentar tranquilizarla, lo cual ella agradeció- El transporte con los lienzos para Madrid salía a las cinco de la tarde de hoy, así que he tenido que pedirle al bedel que me dejara acceder a su taquilla para poder entregarlo a tiempo. Espero que no le importe. Su cuadro está bien.
– ¿Está viajando a Madrid? ¿Mi cuadro? –Nancy no se lo podía creer, se llevó las manos al rostro y empezó a reír y, ahora sí, a saltar de alegría – ¡Mi cuadro se va a Madrid! –repetía mientras brincaba.
-Su cuadro y usted –dijo Flecher sonriendo- Haga las maletas, mañana le contaré los detalles después de la clase – se alejó de Nancy en dirección a la salida del sótano.
Nancy paró en seco de brincar, se despidió del profesor y, llena de júbilo, cerró su taquilla y salió del sótano corriendo y celebrando la noticia. Tenía muchas ganas de llegar a casa y contarle a su gata lo que había pasado.
De camino a la parada del autobús, Nancy se vió asaltada por sus tres amigas.
-¡Chicas! ¿Qué hacéis aquí?
Fancy le dejó caer su brazo sobre el cuello, abrazándola.
-Pues, verás, te cuento. Tenemos una amiga que es genial…
-Trabajadora – dijo Lola.
-Gesponsable – apuntó Amélie.
-Y hoy ha tenido un día horrible. Así que hemos pensado -todas se miraron, cómplices- que deberíamos hacer noche de chicas-Netflix-nachos. ¿Qué te parece la idea?
-Me parece una idea estupenda, pero ¿y la fiesta?
-¿Qué fiesta? – dijo Fancy.
Al final las cosas habían comenzado a salir bien. Aunque le había costado un largo y pesado día de batalla, Nancy se sentía muy feliz. Las cuatro se encaminaron hacia su casa, acompañadas por un precioso atardecer, riendo y charlando. Se sentaron en uno de esos asientos para cuatro del autobús y estuvieron planeando la serie que iban a devorar esa noche.
-Chicas, tengo que contaros algo-dijo Nancy.
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