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Hannah y su pony

Hannah y su preciosa pony Cassandra viven en el campo con su abuela. ¡Vive sus divertidas aventuras y aprende con Hannah y su pony valiosas lecciones sobre el mundo que nos rodea!

Valores del cuento:  🙂 Amistad   ◊ Tolerancia   ♣ Cooperación


– DÍA DE NIEVE –

Había amanecido hacía un rato pero Hannah seguía durmiendo bajo su calentito edredón. Anoche su abuelita y ella se fueron a la cama pronto, tras tomarse un chocolate caliente junto a la chimenea, ya que estaba teniendo lugar una gran tormenta de nieve. Hannah había procurado que Cassandra se quedara en la cocina, sobre una gran cama que le había preparado su abuelita para que no pasara frío en los establos.

Cuando decidió levantarse y ponerse sus pantuflas de Gorjuss, se asomó por la ventana y pudo ver que la nieve había llegado hasta la ventana de la cocina. ¡Cuantísima nieve había! Bajó corriendo las escaleras de la casa y encontró a su abuela, que había preparado un gran desayuno y había encendido las chimeneas de la cocina y del comedor. Allí estaba también su querida pony, descansando sobre su camita y arropada con una manta de ganchillo.

La abuelita de Hannah le sirvió su taza de leche calentita con miel y unas deliciosas tortitas con fresa y arándanos y ambas comenzaron a desayunar.

-Abuela, ¿qué vamos a hacer hoy? No puedo pasear a Cassy y tampoco puedo jugar en la nieve…

Hannah lucía algo triste, porque le ilusionaba que hubiera nieve pero le fastidiaba que hubiese tanta que no pudiera ni siquiera jugar. Removía su leche con miel algo cabizbaja y su abuela no tardó en levantarse y coger una especie de revista de color rosa del armario del salón.

Al llegar a la cocina, se lo tendió a su nieta y le sonrió.

-¿Sabes qué es esto, Hannah?- dijo la abuelita mientras tomaba su leche caliente.

Hannah miró aquello extrañada.

-No…¿qué es?

-Ábrelo, querida.

Hannah desplegó las páginas de la revista y miró sorprendida a su abuela. ¡Eran patrones de vestiditos para muñecas!

-¿Qué te parece si nos acabamos el desayuno y vamos al desván a escoger telas para hacerles vestiditos a tus muñequitas?

-¡Sí, abuelita! ¡Es genial!

Cuando acabaron de desayunar, recogieron la mesa y subieron al desván. Allí había multitud de cachivaches antiguos y telas de todo tipo. La abuelita había sido modista de joven y había tenido una tienda en el pueblo, por eso guardaba tantas telas preciosas.

Hannah cogió un par de telas de color rosa y blanco que combinaban genial y su abuelita se decidió por una de puntos azules adorable. Ambas bajaron hasta la cocina, donde se encontraba la pony Cassy durmiendo, y cuando se sentaron para comenzar a recortar los patrones alguien llamó a la puerta del patio trasero.

-¿Quién va?-preguntó Hannah extrañada. Sólo un loco andaría por ahí tras una larga noche de tormenta de nieve.

-Hannah, somos nosotros. ¿Nos abrís la puerta, por favor?

Hannah reconoció de inmediato la voz que les había hablado a través de la puerta. Era Hans, su mejor amigo. Se apresuró a abrir la puerta y allí encontró a Hans, a medio metro del suelo de la cocina, sobre la nieve junto a su inseparable amigo el ganso Berto.

-¡Hola! ¿Podemos pasar? ¡Hace mucho frío!- exclamó Hans.

-¡Pues claro que sí! Pero, ¿qué hacéis aquí?

Cuando Hans y Berto entraron, la abuelita ya le había preparado una tila al pequeño para que entrara en calor.

-Pues ha estado toda la noche nevando, así que como no podía salir a jugar ni nada, he venido aquí a verte.

-Jovencito, tus padres están al tanto de que has venido ¿verdad?

-Sí, sí. Al principio no estaban muy de acuerdo, pero al final han cedido porque he prometido quedarme aquí todo el día jugando con Hannah.

Berto se había echado junto a Cassandra, cerca de la chimenea, y estaba comenzando a quedarse dormido. Hannah y Hans, por el contrario, estaban mucho más despiertos y animados y tenían muchas ganas de jugar.

-Bueno, querida, si quieres podemos dejar lo de los vestidos para otro momento y así juegas con Hans a otra cosa que os apetezca más -dijo la abuelita.

Hannah explicó a Hans que su abuela y ella se disponían a pasar parte del día cosiendo vestidos para las muñecas de Hannah. A Hans al principio le sonó un poco raro, pues no había cosido nunca nada ni para muñecas ni para personas, pero al final pensó que podía ser divertido y, sobretodo, podía disfrutar del calor de la chimenea mientras jugaban.

Hannah acompañó a Hans al desván para escoger las telas que usaría para coser los vestidos.

-¡Vaya, cuántas telas hay aquí!

-Sí, la abuelita era modista cuando era más joven.

-Lo sé. Mi madre me dijo que tu abuela le cosió el vestido de novia.

-¡Hala! ¡Qué súper guay! -exclamó Hannah.

Ambos bajaron tras coger un par de telas y se reunieron con la abuela, Cassy y Berto en la cocina. La abuelita ya había dispuesto sobre la mesa todo lo necesario para poder comenzar a realizar los vestiditos entre los tres, así que Hannah y Hans se sentaron cada uno en una silla y comenzaron a recortar las telas con los patrones.

Cuando habían recortado todas las piezas que necesitaban con cuidado, la abuelita les propuso hacer un descanso para preparar la comida, comer y luego continuar el juego de los vestidos. Los tres se pusieron manos a la obra y guisaron un caldo estupendo acompañado con pan de ajo que les sentó genial para combatir el frío de aquellos días.

Después de comer, prepararon de nuevo su rincón improvisado para coser y estuvieron toda la tarde charlando, cosiendo y riendo. Aunque el vestido no le salió muy allá, Hans lo pasó genial intentando darle el mejor acabado posible al vestido que llevaría una de las muñequitas de Hannah. De hecho, como Hannah había visto el gran esfuerzo que le había supuesto a Hans coser por primera vez, colocó su vestido el primero a una de sus muñecas.

-¡Hans, es súper bonito! ¡Me encanta! Muchas gracias por hacer este precioso vestido para mi muñequita. Espero que te hayas divertido mucho.

-Vaya -dijo Hans sorprendido- ¿de verdad te gusta? ¡Muchas gracias Hannah!

Mientras la abuelita guardaba las telas sobrantes y los utensilios de costura, Hannah despidió a Hans y a Berto en la puerta del jardín.

-Muchas gracias por dejarnos pasar el día con vosotras. Nos lo hemos pasado muy bien y, además, no hemos pasado nada de frío. ¿Verdad, Berto?

Berto asintió y comenzó a hacer camino hacia la casa de Hans.

-Bueno, Hannah, lo dicho, muchas gracias por intentar enseñarme a coser aunque haya sido un desastre -rió Hans.

-Sabes que aquí siempre sois muy bien recibidos, Hans. Anda, date prisa, que pronto oscurecerá ¡y Berto ya ha hecho, por lo menos, medio camino!

Hannah cerró la puerta mientras las siluetas de Berto y Hans se perdían en el horizonte.

-¿Ya se han marchado tus amigos?- dijo la abuelita.

-Sí, les he dicho que se apresuraran porque si oscurece no deberían estar por ahí solos.

-Muy bien, cielo, ahora toca ver si podemos retirar un poco de nieve de la puerta para que mañana puedas ir al cole sin problemas.

-Pues abuela, yo creo que sería mejor dejarlo estar y dedicarnos a leer un rato, no vaya a ser que la nieve se nos caiga toda encima y nos constipemos y Cassy se ponga triste.

La pony, que no había dicho palabra en todo el día, asintió y cogió su camita y su manta y las puso junto a la puerta, impidiendo acceder a la puerta.

-¿Lo ves, abuela? No hay que molestar a un pony cuando se pone frente a una puerta.

Ambas comenzaron a reír y se dirigieron hacia el salón. Abuela y nieta se pasaron el resto de tarde leyendo y se quedaron dormidas junto a la chimenea. ¡Qué día de nieve tan maravilloso!

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