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Hannah y su pony – La Semilla

Hannah y su preciosa pony Cassandra viven en el campo con su abuela. ¡Vive sus divertidas aventuras y aprende con Hannah y su pony valiosas lecciones sobre el mundo que nos rodea!

Valores del cuento:  🙂 Amistad   ◊ Constancia   ♣ Medio Ambiente


♥ HANNAH Y LA SEMILLA ♥

Cuando el día amaneció, Hannah bajó a la cocina para devorar el zumo con tostadas que había preparado su abuela como cada mañana. Habló un poco con su abuela, preguntándole sobre cómo había dormido y sobre si había pasado frío. Las hojas de los árboles comenzaban a brotar, señal de que se acercaba la primavera. ¡Cuántas ganas tenía Hannah de que llegase la primavera!

-¿Vas a necesitar ayuda para poner la valla nueva, Hannah?- preguntó su abuela mientras ambas recogían la mesa del desayuno.

-Mmm, no creo, abuela. No hay que poner mucho trozo de valla así que Cassandra y yo nos apañaremos -sonrió.

-Oh, vaya. Pues nada, cariño. Tened cuidado las dos no os vayáis a lastimar.

Hannah se despidió de su abuela con un fugaz beso en la frente y corrió escaleras arriba a cambiarse de ropa. Tras haberse colocado sus pantalones de deporte y una camiseta vieja, se dirigió de nuevo hacia la cocina para coger una manzana del cesto que había sobre el banco de granito.

Cuando Hannah llegó al establo, Cassandra la estaba esperando mientras devoraba un poco de alfalfa. Al percatarse de que su mejor amiga había entrado, esta se giró y fue corriendo hacia ella.

-¿Has visto lo que te he traído?- la acarició mientras le enseñaba la manzana- ¡Qué rico, ñam, ñam!

Cassandra, aún con la alfalfa en la boca, pegó un mordisco a la manzana y Hannah se partió de la risa.

-¡Come bien, que hoy tenemos trabajo!

Lo cierto es que la pony era muy glotona. Desde bebé siempre que había tenido la oportunidad de comerse algo, lo había hecho. Este era un hecho que hacía bastante gracia a Hannah -aunque a veces supusiera quedarse sin alguna fruta o pastel si se dejaba cerca de la ventana-.

Hannah y su pony se dirigieron hacia la pequeña colina que delimitaba su jardín. Se encontraron con una valla de madera desgastada, con la pintura blanca desconchada. La nieve, el frío y las inclemencias del invierno habían hecho desaparecer un trozo de la valla.

-Menos mal que el trozo no es muy grande- Hannah se puso en jarras mirando a Cassandra-. Vamos, tenemos que ir a por la madera que nos hace falta. ¿Preparada para ir al pueblo y volver?

-¡Hannah!

El grito provenía de dos pequeñas figuras que, por la colina, iban acercándose a ellas. A medida que se fueron acercando, tomaron forma. Hans, su vecino más próximo, tiraba de un carro y les saludaba mientras su inseparable ganso Berto caminaba a su lado.

-¡Hey! ¡Hola, Hans! ¿Qué haces tú por aquí?

-Pues tu abuela, que ayer vino a la panadería y me dijo que te ayudara a poner la valla hoy.

Ahora entendía Hannah el interés de su abuela en saber si necesitaría ayuda para poner la valla esta mañana en el desayuno.

-¿Vienes cargado con eso desde el pueblo?

-No, no. Qué va. Es que hace poco que cambiamos la nuestra porque el invierno acabó con toda la valla. Nos sobró un poco, así que te lo he traído para que repares la tuya.

Hannah y Hans se dispusieron a reparar la valla en mal estado de su jardín. Entre los cuatro amigos, comenzaron a poner la nueva valla ayudándose los unos a los otros. Mientras Hannah y Hans iban colocando los listones blancos en el suelo, Berto y Cassandra les acercaban los trozos de madera y las herramientas que necesitaban en cada momento.

Cuando finalizaron, Hannah le dio las gracias tanto a Hans como a Berto y subió sobre Cassandra para retirarse a almorzar con su abuela.

-¡Hannah, espera! – dijo Hans acercándose a ella – Tengo una cosa para ti, para que pongas cerca de tu nueva valla.

Hans le tendió la mano con la palma en forma de cuenco. En su mano, Hannah pudo ver una pequeña semilla, la cual cogió con cuidado para examinarla de cerca.

-¿Qué es?

-Si la plantas, lo descubrirás.

Hans se alejó entonces por la colina, seguido de Berto. Mientras, y con cuidado, Hannah guardó en uno de los bolsillos de la chaqueta la misteriosa semilla que Hans le había dado.

A la mañana siguiente, Hannah y su pony se acercaron a la valla para plantarla. Cassandra escogió el terreno exacto donde poner la semilla, oliendo toda la hierba cercana a la verja.

-Bien, Cassandra, vamos a plantarla y a regarla y cuidarla todos los días hasta que sea fuerte y bonita. ¿Te parece bien?

La pony asintió y una vez hizo Hannah el pequeño agujero y colocó dentro la semilla, ambas regaron el trozo de tierra donde se encontraba la pequeña semilla.

Durante mucho tiempo, Hannah y Cassandra estuvieron acudiendo al trocito de tierra que cada mañana regaban con cariño. Muchas veces, Hannah se sentaba junto a la semilla y le hablaba de cómo había ido el día. Poco a poco, la semilla fue creciendo hasta convertirse en un precioso arbolito.

La siguiente primavera, el árbol era ya un poco más grande y lucía unas preciosas flores y grandes hojas verdes. Una mañana, Hannah y su pony acudieron a su árbol y vieron que había dado unos preciosos frutos. Muy contentas, Hannah y Cassandra fueron corriendo con uno de los frutos a ver a la abuela.

-¡Abuela, abuela! -dijo Hannah entrando a la cocina a toda prisa- ¡Mira lo que ha dado el árbol!

-¡Oh, querida! ¡Es un limón precioso!

-¿Un limón?- miró al fruto – ¡Es un limón! ¡Es genial! Abuela, ¿podemos hacer una tarta?

En ese momento, Hans apareció por la puerta que daba al jardín junto a su fiel ganso.

-¡Hola chicas! -Hans y Berto entraron a la cocina- Hannah,¿has averiguado de qué era la semilla?

-¡Sí! – le enseñó el limón que tenía en la mano – ¡Es un precioso limonero! ¡Muchas gracias, Hans!

-Íbamos a hacer una tarta de limón con los limones del árbol. ¿Quieres quedarte para prepararla? -dijo la abuela a Hans.

-¡Sí! La verdad es que me encantaría pasar la tarde con vosotras -sonrió.

Así que Hannah, Hans, Cassandra y Berto fueron a por un par de limones más del limonero. Cuando volvieron a casa de la abuela, prepararon juntos una deliciosa tarta de limón con los limones que a Hannah tanto esfuerzo le habían costado hacer crecer.

Hannah y Hans se pasaron la tarde jugando con sus amigos Berto y Cassandra, tomando té y disfrutando del delicioso pastel de limón que habían realizado juntos.

-¿Lo ves, cielo? Todo esfuerzo tiene su merecida recompensa. Y no hay mejor manera de celebrar el fruto de un trabajo duro y constante que compartiéndolo con los que más quieres – apuntó su abuela dándole un beso en el pelo a la pequeña Hannah mientras bebía un poco de té de jengibre.

-¡Ahora tenemos que plantar más árboles, Hannah! Así tendremos un montón de frutos para poder hacer pasteles y comidas muy ricas sin tener que bajar al pueblo todos los días -dijo Hans sonriente.

-¡Sí! Pero…No has traído más semillas, ¿no?

Hans la miró con una sonrisa pícara y sacó de su bolsillo un puñado de semillas, cada una diferente de la otra. Hannah se puso tan contenta que los cuatro amigos se pasaron el resto de la tarde plantando las semillas nuevas que Hans les había traído.

Por la noche, Hannah no pudo evitar asomarse por su ventana para ver su limonero a la luz de la luna y se imaginó a su árbol rodeado de nuevos amigos con los que hablar. Definitivamente, esperaba que llegase la primavera siguiente más que nunca. ¡Qué emocionante es plantar tus propios arbolitos y comer sus deliciosos frutos!

 

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