La pequeña Gorjuss Little Violet se encuentra paseando con su cerdito por el bosque cuando, de pronto, algo les impide continuar. ¿Quieres descubrir qué les impide seguir paseando? – Este cuento es apto para todos los públicos-.
Gorjuss Little Violet y el pollito del camino
El camino del bosque era estrecho, pero precioso. Rodeado de arbustos con flores boyantes de colores primaverales.
A la pequeña Violet le encantaba dar largos paseos por el bosque con Ernesto, su cerdito de compañía. Ambos caminaban por el sendero, disfrutando de la agradable temperatura que emanaba de todas las plantas.
– ¿Verdad que hace un día estupendo, Ernesto? – preguntó Violet mientras miraba hacia el cielo.
– ¡Oinc!
Las copas de los árboles dejaban entrever un cielo color turquesa, con alguna nube tan blanca como el algodón. Violet se sentía muy feliz al lado de su querido cerdito, paseando por el bosque y oliendo a cada paso las diferentes flores. El frío invierno había pasado y los pajaritos cantaban alegres su marcha entre las ramas de los centenarios árboles, al paso de los dos inseparables amigos.
Llevaban un rato caminando cuando, de pronto, algo hizo que Ernesto se detuviera.
– ¿Qué es lo que ocurre? – dijo interesada por el repentino parón de su amigo.
El cerdito comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, hasta que se detuvo de nuevo en dirección hacia un pequeño sendero que salía tímidamente del camino en el que se encontraban.
– Bueno, si crees que ahí hay algo de interés, iremos a verlo – dijo poniendo sus brazos en jarras.
Ernesto se colocó detrás de Violet, algo asustado por lo que pudiera descubrir su amiga. Con cuidado, la pequeña apartó el arbusto que entorpecía la entrada al desgastado camino para descubrir con gran sorpresa lo que escondía detrás.
En una especie de pequeño claro, rodeado de magnolias, se encontraba un pollito, piando y dando vueltas. Parecía perdido y asustado.
– ¡Oh, vaya! – exclamó Violet – ¡El pollito se ha perdido! Ernesto, vigila el camino mientras cojo al pobre animalito. ¡Tenemos que ayudarle!
– ¡Oinc! – asintió.
Violet se acercó lentamente al pollito, el cual dudó unos segundos de la desconocida niña que le tendía la mano.
– Vamos pollito, no vamos a hacerte daño, estamos aquí para ayudarte. Anda, ven –juntó sus manos y las acercó a las diminutas patitas del animal, el cual acabó cediendo y subió a ellas-. Eso es. Ahora estás a salvo.
Violet encontró a su cerdito guardando el camino, muy atento a todo lo que ocurría a su alrededor.
– ¿Qué vamos a hacer con él, Ernesto?
– ¡Oinc, oinc! – el cerdito miró hacia las altas copas de los árboles.
El precioso cielo azul turquesa estaba comenzando a convertirse en un tono ceniza que presagiaba la tan amada lluvia primaveral. Violet pensó que sería mejor regresar a casa, esperar a que la inminente tormenta cesara y retomar la búsqueda de la mamá del retoño perdido.
– Tienes razón Ernesto, lo mejor será que vayamos a casa, cuidemos de él y vengamos mañana a buscar a su familia. ¿Verdad, pollito? – el animalito pió y se acurrucó en las manos de Violet.
Los tres tomaron el camino en dirección a la preciosa casita de Violet. A medio camino, comenzaron a escuchar los truenos de la tormenta y empezaron a andar más rápido, para que la lluvia no les alcanzara fuera de casa. Ernesto comenzaba a estar cansado, pero nunca se separaba de su amiga, así que aguantó un poco las prisas de Violet para no perderla de vista.
Cuando estaban empezando a caer ligeras gotas de lluvia, una casa de campo blanca, con la chimenea humeante, se asomó por la colina que daba fin al camino.
– ¡Mirad, chicos, ya estamos en casa!
Violet y Ernesto llegaron a la puerta y se limpiaron los zapatos (y las patas). Violet fue rápidamente ala cocina y cogió una pequeña cesta, la llenó de paños de cocina y colocó al pollito en ella.
– ¿Lo ves? Aquí estarás más seguro –cogió la cesta y se dirigió hacia el salón, sentándose cerca de la chimenea-. Mañana te llevaremos con tu familia. Seguro que los encontramos. ¿A que sí, Ernesto?
– ¡Oinc! – exclamó sentándose junto a Violet y al recién llegado.
De pronto, el cielo se había convertido en un enrome manto gris y el sonido de la lluvia repiqueteaba en las antiguas ventanas de la casa. Ahora agradecían estar sentados junto al fuego, a resguardo de la tormenta que había fuera de la casa.
Violet estaba tan cómoda, que acabó por quedarse dormida junto a sus amigos. Tuvo un sueño algo peculiar, en el que pudo ver a la familia del pollito en un nido, no muy lejos de donde lo habían encontrado esa mañana. Después, en ese mismo sueño, vivió una aventura increíble con Ernesto y el pollito. Los tres se enfrentaron a un dragón para salvar al Sapo Supremo del bosque, un animal mágico que daba vida al bosque que había junto a su casita.
Tras esos sueños tan peculiares, Violet se despertó y contó a sus amigos todo lo que había visto.
-Tenemos que ir al lugar de mi sueño ¡seguro que ahí está tu familia, pollito!
Pasaron la tarde hablando junto a la chimenea. Aunque Ernesto y pollito no tenían mucho que decir, escuchaban atentos los relatos de Violet. Algún momento incómodo en el cole, el momento en el que recolectó la fresa más gigante que había visto jamás o lo divertido que sería viajar en saltamontes fueron unos de los temas de mayor controversia entre los asistentes.
Violet adoraba la compañía de sus amigos y, realmente, estaba pasando una tarde genial a pesar del mal tiempo que hacía.
Cuando se dispusieron a dormir, Violet dejó sobre su mesilla de noche la cesta de pollito y subió con ella a Ernesto, para que se acurrucara a los pies de su cama.
Pollito estaba agotado, así que se encontró con Morfeo tras la sopa que Violet tomó como cena.
Una vez en la cama, con su camisón, Violet se quedó mirando al dulce pollito y suspiró.
– ¿Por qué no nos lo quedamos?
Ernesto, hecho un ovillo, levantó su hocico y emitió un sonido, como desaprobando lo que Violet acababa de cuestionar.
Esta se quedó pensando, mirando al animalito que dormía en la cesta. No sabía si su familia lo había perdido o si, por el contrario, le habrían abandonado. “¿Y si no le quieren? Pobrecillo…”
Adivinando sus pensamientos, Ernesto volvió a emitir ese sonido.
– Sí, tienes razón, no es justo decidir por él… Iremos al bosque y encontraremos a su familia. Si vemos que lo rechazan, siempre nos lo podemos llevar con nosotros.
La noche pasó tan rápido como un relámpago y el día amaneció claro y luminoso.
Sin bajarlo de la cesta, Violet cogió al pollito y se encaminó hacia la búsqueda de la familia del animalito.
– ¿Crees que estarán bien? La tormenta de anoche fue muy fuerte… – dijo Violet algo preocupada por su nuevo amiguito-.
No les costó demasiado llegar al lugar donde habían encontrado al animalito perdido y asustado. Ambos se adentraron en el claro y, con los ojos cerrados, Violet intentó concentrarse para visualizar el arbusto donde había soñado que se encontraría la familia de pollito.
Dando una ligara vuelta sobre sí misma, se detuvo en dirección a un árbol viejo, de corteza blanca y hojas de un verde brillante que casi reflejaban la luz del sol.
– ¡Por allí! – señaló.
Con cuidado, accedieron al pie del árbol, rodeado de arbustos con flores de diversos colores. Violet, de pronto, escuchó algo y mandó callar a sus amigos.
– Shhhh. Oigo algo. ¿Lo oís?
Era una familia de pajaritos, seguro. Los tres siguieron los ligeros ruidos que su amiga aseguraba que acababa de escuchar y, de pronto, los vieron.
Cuatro preciosos pajaritos sobre un nido comenzaban a piar con fuerza al reconocer al pollito que Violet llevaba en la cesta. La pequeña, emocionada, se acercó al nido y antes de dejar a su nuevo amigo, le acercó la nariz a su cabecita.
– Te prometí que los encontraría – el pollito le hizo un gesto de enorme gratitud acercándose a ella y la niña dejó al pollito en su nido, con su familia.
– Vamos Ernesto, vendremos a verlo cuando queramos, ¿vale? –dijo acariciándole las orejitas.
– ¡Oinc!
Los dos amigos se dirigieron hacia el camino y, como si el tiempo no hubiera pasado, reanudaron la marcha que dejaron a medias el día anterior para ayudar al pequeño pollito.
– ¿Sabes, Ernesto? De vez en cuando debemos parar y observar para disfrutar mejor el camino.
– ¡Oinc!
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