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Mariquita y Juanín vuelven al cole

El día había llegado. Llevaba todo el verano intentando olvidar el terrible momento de volver al colegio. Daba largos paseos, dibujaba pajaritos y preparaba tartas heladas. Pero el gran día, al fin, había llegado. Mariquita y Juanín comenzaban hoy las clases.

Los dos hermanos estaban algo nerviosos la noche anterior, ya que Hacía poco que se habían mudado a ese pequeño pueblecito entre las montañas, así que a penas conocían a nadie de allí.

Al despertarse, Mariquita fue a asearse y se quedó un rato contemplándose en el espejo. A penas había podido pegar ojo y eso le pasaba factura en la cara. Se hizo dos trenzas para disimular su alborotado pelo y se puso su uniforme escolar.

Cuando bajó a desayunar, su hermano estaba ya devorando las tostadas con mermelada que les había preparado su madre. Su padre hacía rato ya que se había marchado a trabajar, así que su madre estaba ahora recogiéndole el desayuno.

-¿Y esas trenzas?- rió Juanín al ver entrar a su hermana en la cocina.

-No preguntes -se sentó junto a él y se sirvió un vaso de leche fría- No he podido pegar ojo y me he levantado con el pelo de una urraca.

-Pues yo creo que estás muy guapa. Además, así el pelo no se te enredará-apuntó su madre.

-No sé si nuestros nuevos compañeros opinarán lo mismo. Me van a mirar un montón, seguro.

-¿Ya estás exagerando, Mari? Desde luego, te falta el tiempo para ponerte tremendista- Juanín se levantó de la mesa y tendió su vaso y su plato a su madre, que fregaba de espaldas a ellos-.

Mariquita fulminó a su hermano con la mirada mientras se acababa el vaso de leche. Ambos se dirigieron hacia sus habitaciones para prepararse la mochila. Antes de bajar hacia la puerta de casa, Mari se miró de nuevo en el espejo para ajustarse una de las trenzas, que ye se le había quedado más baja que la otra. «Creo que hoy va a darme algo de guerra este pelo rebelde».

Cuando se despidieron de su madre y comenzaron a caminar hacia el colegio, Mari volvió a comentarle a su hermano lo preocupada que estaba por el día de hoy. Nunca habían sido los nuevos del colegio y, aunque Juanín tenía mucha gracia para relacionarse con gente nueva, Mariquita era bastante más vergonzosa, así que sabía que lo iba a pasar mal casi con toda certeza.

Tardaron unos 20 minutos en llegar a la puerta del nuevo colegio. Una verja negra se abría paso entre preciosos árboles de hojas ámbar y un montón de gente comenzaba a entrar en el recinto que rodeaba el colegio. Mientras Mariquita y Juanín cruzaban la verja, un grupo de estudiantes se les quedó mirando y una chica de ese grupo soltó una risita mirando a sus compañeros.

-Sabía que iban a reírse de mi, lo sabía-le dijo a su hermano-.

-Mari, no sabes si se están riendo de ti, puede haber sido casualidad, ¡casi no nos han mirado!

Mariquita, a pesar de las palabras de ánimo de su hermano, no acababa de creérselo del todo. Entró al edificio algo cabizbaja para evitar miradas de la gente pero la realidad era que el pueblo no era muy grande y, claro está, casi todos los alumnos que estaban en el pasillo se habían fijado en ellos. Mari se moría de vergüenza.

Encontraron la clase donde tendrían que pasar el resto del curso casi al final del pasillo. Para su sorpresa, la clase estaba casi toda llena, así que, al entrar en el aula, Mariquita no pudo evitar llevarse a la cara su carpesano.

-Vamos a sentarnos ahí, ya verás como todo sale bien- Juanín señaló un par de pupitres que se encontraban junto a los ventanales de la clase y se dirigieron hacia estos mientras veinte miradas les seguían el paso.

Mariquita escogió el lado de la ventana, dejando a Juanín el del pasillo. Antes de que su hermano fuera a sentarse, dos alumnos que estaban detrás de ellos comenzaron a chuchichear y a reír. La chica no pudo evitar hacerle un comentario a Juanín.

-Así que los nuevos son novios, ¿eh?

-Disculpad que no me haya presentado, mi nombre es Juanín y esta es Mariquita, mi hermana- Juanín sonrió y tendió la mano a la muchacha, que se había quedado de piedra por la respuesta del joven. Mari se giró y fingió una sonrisa a sus nuevos compañeros.

Su hermano siempre había sido muy cortés y simpático, tanto que a veces dejaba a las personas un poco desconcertadas con sus siempre amables palabras. Su actitud caballeresca le hacía parecer mayor de lo que era, así que los habitantes del pueblo donde nacieron comenzaron a llamarle «homenet» – hombrecillo en Valenciano -. Casi siempre iba acompañando a su padre, por lo que Juanín aprendió modales a muy temprana edad y eso, según decía él, «le abría muchas puertas». Mariquita, sin embargo, era un poco más reservada que su hermano y desconfiaba bastante más de la gente, lo cual le hacía parecer algo arisca de vez en cuando.

Las clases transcurrieron con normalidad, los profesores (gracias a Dios) fueron discretos con sus presentaciones y se centraron más en la materia que cursarían durante este año. Llegó la hora del descanso y Mariquita comenzó a ponerse algo nerviosa. Durante 40 minutos tendría que aguantar las miradas y las risas del resto y eso le iba a fastidiar muchísimo el almuerzo.

-A no ser…Que nos acerquemos nosotros a ellos para que puedan conocernos mejor.

-¿Qué? ¿Qué dices Juanín?

-Que sé lo que se te pasa por la cabeza ahora y que podremos evitarlo si nosotros nos acercamos primero para hablar con ellos amablemente. ¡Así podremos hacer amigos para jugar en el pueblo!

Era impresionante la facilidad que tenía su hermano para leerle el pensamiento. Mari pensaba que sólo había dos opciones para esa gran astucia: O era un genio de la percepción o ella era muy simple y predecible; prefería creer lo segundo.

Haciendo de tripas corazón y tragándose un poco su vergüenza, Mariquita acompañó a Juanín hasta el espacio de recreo. Junto a un banco estaba un grupito de alumnos de su clase, tomando su almuerzo, hablando y riendo. Se produjo un silencio entre estos cuando Juanín intervino y les presentó. El grupo, como por arte de magia, cambió su semblante y comenzó a presentarse. Entre ellos estaban Manuela y Rodolfo, los chicos que se sentaban detrás de ellos.

-¿Cómo habéis llegado a parar a este pueblo?

-Nos mudamos por el trabajo de nuestro padre. Hace poco le ascendieron con la condición de ser el responsable de la planta de residuos que hay junto a este pueblo; así que tuvimos que abandonar nuestro hogar para que él ascendiera en su carrera profesional.

-Vaya…¿y lleváis mucho por aquí?

-No, no mucho. Un par de semanas. Aunque Mari ya está que se sube por las paredes. Echa mucho de menos nuestra antigua casa.

Mariquita dio un leve codazo a su hermano, ¡menudo bochorno! Seguro que con ese comentario le había hecho quedar de niña pequeña malcriada. Pero, nada más lejos de la realidad, Mari se vio sorprendida por la reacción de su compañera Manuela.

-Te comprendo totalmente-dijo Manuela dirigiéndose hacia Mariquita-, yo tampoco nací aquí y durante el primer año lo llegué a pasar fatal. Parecía una niña pequeña malcriada. Mis padres tuvieron mucha paciencia conmigo.

Mariquita se quedó pasmada al escuchar las palabras de Manuela. ¡Parecía que tenían muchas cosas en común! Ahora lamentaba haber prejuzgado a sus nuevos compañeros de cole. Se hizo un pequeño silencio durante unos segundos y Rodolfo intervino.

-Oíd, si queréis podemos quedar después de las clases para enseñaros el pueblo. ¿Qué os parece?

-Nos parece una idea fantástica.¿Verdad, Mari?

Mariquita, muerta de vergüenza, asintió. El resto de las clases transcurrieron con normalidad y llegaron a casa con muchas ganas de acabar pronto la tarea y poder reunirse con sus nuevos amigos del colegio.

Cuando terminaron los deberes serían sobre las 6 de la tarde. Mariquita y Juanín se dirigieron hacia la plaza del pueblo, aún con el uniforme puesto. Allí encontraron a sus nuevos compañeros, también uniformados y con una sonrisa en el rostro. Pasaron la tarde paseando por las calles del pueblo, contándose anécdotas y hablando sobre el comienzo de las clases. Todos lo pasaron genial y quedaron en volver a verse después de las clases esa misma semana.

Al final, todo había salido mucho mejor de lo que había esperado Mariquita. Aunque nunca lo reconocía, se alegraba de tener a su hermano con ella, pues siempre le sacaba de todo apuro y le acababa enseñando lecciones muy valiosas.

¿Qué les deparará el nuevo curso a Mariquita y Juanín?

 

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