– MADRE –
Hacía tiempo que Bella no tenía ni cinco minutos para sentarse en su sillón favorito y pasar la tarde leyendo un buen relato acompañado de un té y una manta. Aquél día al fin lo había conseguido, después de una larga semana estudiando para preparar los finales, Bella había cogido la novela que dejó por terminar antes de la agotadora semana y se dirigió hacia su sillón.
Esa tarde había empezado a llover nada más llegar Bella a casa, así que se había creado un ambiente muy acogedor para realizar una de sus actividades favoritas. Cuando se acomodó en ese gran sillón orejero gris perla que descansaba junto a los grandes ventanales del salón, procuró taparse bien con su manta de lana merina. Ante tal estampa, su gata no pudo resistirse a saltar al regazo de su ama.
Linda -que así se llamaba su gata- había entrado en su vida hacía dos años y ya se asentaba como una más de la familia. Bella estimaba mucho a su gata, ya que era lo más parecido a una hermanita que había tenido.
Mientras ambas disfrutaban de un fabuloso momento de relax, el cielo descargaba abundante agua acompañado de los destellos de los relámpagos. Uno de ellos logró sacar de su trance de lectora a Bella y esta se percató de que en la casa de al lado, que había estado prácticamente toda su vida vacía, se encontraba aparcado un camión de mudanzas. Del camión salieron dos personas; un hombre y un chaval que parecía de su edad. Bajo esa gran tromba de agua, comenzaron a descargar el camión a toda prisa. Aunque le resultó curioso, Bella prosiguió con su lectura mientras su gata ronroneaba en su regazo.
A la mañana siguiente, Bella se dirigió hacia el instituto. A la hora del desayuno, sus padres y ella habían comentado algo sobre los nuevos vecinos de la casa de al lado. Según ellos, había estado deshabitada desde que llegaron y algún vecino les había comentado que los últimos dueños habían fallecido hacía tiempo.
Cuando Bella se sentó en su pupitre intercambió algunas palabras con su compañera de clase, Emily, y rápidamente sacaron sus bártulos escolares para tomar notas. La profesora irrumpió en la sala con energía, escoltada por un chico rubio de ojos azules que llevaba puesto un gorro de tela.
-¡Chicos, un poco de silencio!- ambos se colocaron frente a la pizarra. Al chaval se le veía bastante seguro para ser el nuevo de la clase. Entonces, Bella, al mirarlo detenidamente cayó en la cuenta de algo que no pudo evitar susurrarle a Emily mientras la profa presentaba al nuevo.
-¡Es el vecino nuevo, el que se ha mudado a la casa de al lado!
-…por el trabajo de su padre. Así que, chicos y chicas, este es Ben. Vuestro nuevo compañero. No seáis demasiado duros con él- la profesora le indicó con un gesto que se sentara en el pupitre vacío que había en la última fila.
Las clases transcurrieron con normalidad y Emily y Bella no pararon de cuchichear sobre el chico nuevo en cada descanso junto a las taquillas.
-Madre mía, ¡es que es guapísimo! ¿De qué fábrica habrá salido ese?- había dicho Emily dando saltitos y tapándose con la carpeta de apuntes.
Emily era la pequeña de trillizos, por lo que se había quedado con una estatura y una complexión muy pequeñita, así que verla dar saltitos roja como un tomate era más gracioso de lo normal. Bella lo pasó en grande con la novedad del día y cuando terminaron las clases se fue con una sonrisa hacia su casa.
El cielo amenazaba de nuevo con descargar el agua que había acumulado durante el día, lo cual auguraba una tarde de estudio, té y gata perfecta. Bella aceleró el paso temiendo que le pillara la tormenta de camino a casa.
Cuando llevaba un rato andando, se percató de que una figura al otro lado de la acera parecía seguir el mismo camino que ella desde el instituto. Bella cruzó una mirada con el chico y empezó a notar cómo caían las gotas de agua. «¡No!» pensó mientras aceleraba todavía más el paso.
En cuestión de segundos, la llovizna pasó a ser una lluvia un poco más intensa y Bella comenzó a rezar por sus apuntes, ya que había olvidado el paraguas en la taquilla. Sintió cómo el chico se acercaba a ella y de pronto dejó de llover.
-Perdona que me acerque así, pero no puedo dejar que te chopes teniendo yo paraguas- Bella, muerta de vergüenza, le agradeció el gesto a su compañero- Me llamo Ben. ¿Tú eras…?
-Bella. Me llamo Bella…
-¿Bella? Qué nombre tan…curioso.
Bella explicó a su compañero que su ascendencia era italiana y que su padre, Marco Antonio, había conocido a su madre mientras ella veraneaba en Il Regio di Calabria. Estuvieron hablando un rato sobre Italia y sus gentes, ya que Ben había tenido la oportunidad de viajar con sus padres allí hacía un tiempo.
Ben acompañó hasta la puerta a Bella para evitar que esta se mojara lo más mínimo y se dirigió hacia su portal, donde una señora de cabello corto y ropajes femeninos esperaba la llegada del chico. Bella se quedó un momento en la puerta, mientras se quitaba los zapatos, observando a aquella mujer que, para su desconcierto, no paraba de mirarla fijamente. De hecho, Ben entró en la casa y ni siquiera se fijó en él mientras entraba con el chico a la casa. «¿Le habrá sentado mal a su madre que me acompañase?»
Tras una larga y plácida tarde de estudio, Bella había compartido todas sus impresiones del día en la cena con sus padres con, por supuesto, su gata a los pies de la mesa esperando al bocadito que siempre le daba una vez acababa. Tan pronto como acabó, recogió su plato y Linda y Bella se dirigieron a la habitación, preparadas para dormir. El ajetreo del día hizo que ambas quedaran dormidas a los pocos minutos de haberse tapado con el edredón, sin a penas haber apagado la luz de la lamparita. Suerte que sus padres pudieron apagarla antes de irse a acostar.
No sabía cómo, pero estaba despierta. Su gata dormía plácidamente a los pies de su cama y ella, por el contrario, tenía la respiración entrecortada. Miró el reloj digital de su mesita. Las 3:33 de la madrugada. Debía haber sido una pesadilla, que ahora mismo no recordaba, lo que le habría provocado ese repentino despertar.
Frotándose los ojos, sentada en la cama, decidió acercarse al escritorio para tomar un poco de agua que le quedaba en la taza. Su lugar de estudio estaba bajo el gran ventanal de su habitación, donde siempre aprovechaba las primeras luces del alba y apuraba los últimos rayos de luz del atardecer. La calle estaba oscura, sólo iluminada por un par de farolas más allá de su propiedad, al igual que la casa de Ben, que dormitaba en silencio.
Bella se dirigió hacia su cama pero, en el mismo instante en el que se giró, sintió que una luz se encendía tras de ella, en la calle. Volvió la vista instintivamente hacia la ventana y pudo observar que la luz del porche de la casa de Ben estaba encendida. No había ninguna luz más encendida en la casa, por lo que pensó que podría haberla encendido alguna mascota que él tuviera (Bella estaba acostumbrada a que su gata hiciera toda suerte de trastadas). La luz, tras unos instantes, se apagó. Aún extrañada, Bella se quedó observando el porche, ahora en penumbra. Como no había nada interesante, decidió volver a acostarse pero, antes de que pudiera girarse, la luz del porche se volvió a encender.
Bella se quedó petrificada, la mujer que había visto aquella tarde había irrumpido en el porche sin saber ella cómo. Miraba hacia la puerta de su casa fijamente, como esta tarde tras el colegio. Bella no podía dejar de mirar a aquella mujer. «¿Qué hacía la madre de Ben a esas horas en el porche?».
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Bella. La mujer estaba alzando la mirada muy despacio hacia su ventanal. Cuando se detuvo, comenzó a mirarla fijamente y, mientras le sonreía, Bella pudo ver cómo sus ojos verdes se volvían negros como la noche. Finalmente, Bella gritó con todas sus fuerzas y tapó sus ojos con las manos.
Cuando volvió a abrirlos, se encontró a sí misma en la cama, juzgada por la mirada de su gata siamesa. Había tenido un sueño horrible con la madre de Ben. «Estoy demasiado estresada con los exámenes, la mente me juega malas pasadas». Se quedó mirando al escritorio y, de un salto, se acercó a él.
No había agua en su taza. No había sido un sueño.