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Las mejores vacaciones de Mariquita

Los cuentos de Dolls and Dolls pretenden fomentar la avidez lectora de los más pequeños de la casa, ayudándoles a mejorar su imaginación y su comprensión lectora. Además, cada uno de nuestros cuentos transmite unos valores que vienen indicados antes de cada inicio de la lectura. ¿Preparados?

Valores del cuento:  🙂 Amistad   ∴ Responsabilidad  ♠ Resolución de Conflictos


LAS MEJORES VACACIONES DE MARIQUITA

Mariquita y Juanín estaban muy ilusionados de poder ir al pueblo ese año y poder ver por fin a su familia al completo. Ambos esperaban con nervios y mucha alegría en la estación de autobuses de su pueblo. Eran las 11 de la mañana, así que el calor ya comenzaba a hacerse el protagonista de la jornada. El autobús debería haber aparecido a las 10:30, así que estaba tardando más de lo normal. Los dos hermanos lo esperaban a la sombra, junto a sus maletas.

-Te dije que hubiera sido mejor ir en tren hasta el pueblo, Mari.

-Es que todo lo que hago yo, para ti, siempre está mal hecho, Juanín – resopló.

El autobús apareció en dirección a la parada donde esperaban Mari y Juanín. Ambos dieron un respingo y se colocaron para guardar las maletas y subir al bus.

Cuando subieron al bus, vieron dos asientos libres llegando casi a la parte de atrás del bus. Ambos se miraron y se apresuraron para ver quién era el que cogía el asiento de la ventana. Al final, entre algunos empujones, Mari consiguió el asiento de la ventana.

-Siempre te sales con la tuya, Mari -le dijo su hermano.

-Madre mía, cómo estás, Juanín. Eres muy exagerado -se acicaló el sombrero-, anda, pásame la manzana, que me ha entrado hambre de los nervios.

El bus se puso en marcha y Juanín le tendió la manzana a su hermana.

Siempre se habían llevado muy bien, pero últimamente Mari estaba muy nerviosa por el viaje que iban a hacer al pueblo y no escuchaba mucho a su hermano. La idea de ir en tren hasta el pueblo fue descartada por Mari sin casi contemplarla, cosa que Juanín le reprochó durante casi toda la semana de antes al viaje.

El viaje iba a durar unas tres horas, así que como Juanín no había dormido mucho, aprovechó para echarse un rato mientras Mariquita se disponía a leer una de sus novelas favoritas.

Cuando quedaba una hora para llegar a su destino, Juanín se despertó de pronto entre las voces y los pasos de las personas que había dentro del autobús. El autobús estaba parado y la gente estaba quejándose y bajando del bus de manera calmada. Juanín se volvió hacia su hermana y la sorprendió durmiendo, con la cabeza apoyada en la ventana. No se había enterado de nada.

-Pst, pst- la zarandeó- Mariquita, Mari.

Mariquita se sobresaltó y enseguida respondió a la llamada de su hermano. Aturdida, miró a su alrededor y vio como el bus se había quedado casi vacío.

-¿Qué es lo que pasa? -preguntó nerviosa a su hermano.

-Pasa, Mari, que tendríamos que haber venido en tren.

Mientras hablaban, el conductor del autobús se acercó hacia ellos. Les explicó que habían tenido una avería que les había retrasado bastante, pero que ahora no podían continuar hacia su destino hasta que terminaran de repararlo.

-Perfecto. Es…perfecto – dijo Mariquita, visiblemente enfadada.

-¿Dónde se supone que estamos? – preguntó Juanín al conductor, ignorando a su hermana.

-Estamos cerca, a una hora de camino en coche. En Pedraza de la Sierra. Hay un par de hostales en el pueblo que os pueden acoger.

-¿Hostales? – Juanín estaba confuso – ¿cuánto tiempo….cuánto tiempo vamos a estar aquí?

-Bueno, ahora mismo calculo que en un par de días podemos estar en marcha.

-¡¿Un par de días?! – exclamó Mariquita – ¡No podemos estar aquí un par de días!

El conductor del autobús trató de tranquilizar a Mariquita diciéndole que nada más se podía hacer si el autobús no se reparaba.

-También tenéis la opción de buscar a alguien que pueda llevaros hasta vuestro pueblo. Estamos en fiestas, la gente de la zona ahora suele moverse bastante.

-Es una opción -apuntó Juanín.

Ambos bajaron del bus y se encontraron frente a un pueblo situado sobre una colina, ya envejecido y con trazas de no albergar muchos habitantes. Discutiendo, Mari y Juanín se adentraron en el pueblo, en busca de algún hostal que pudiera tener algún sitio para ellos.

Llegaron a una calle estrecha, casi en el centro del pueblo, donde se podía ver un cartel de madera desgastado donde decía «Posada». Los dos entraron por la puerta vieja y bajita que estaba bajo el cartel. Dentro, una señora mayor tras una especie de mesa-mostrador les esperaba.

-Ah, así que son ustedes los forasteros del bus ¿no?

-Así es, señora. Me llamo Juanín Pérez -dijo dejando su maleta a un lado y tendiéndole la mano- y esta es mi querida hermana Mariquita.

-Señora- saludó.

-Ah, queridos, pues me queda una habitación libre con dos camas. Muy acogedora – la anciana les tendió una llave – Acompáñenme y verán que linda.

Los dos hermanos se pusieron a seguir a la anciana, que los guió por un estrecho pasillo empedrado, con varias puertas de madera en el lado izquierdo.

-Es maravilloso que hayan venido justo para los conciertos -los hermanos se miraron-¿saben? Es algo que muy poca gente forastera conoce, pero es un verdadero espectáculo.

-No pensábamos quedarnos mucho, señora. Nuestra familia nos está esperando para esta noche – dijo amable Mariquita-.

-¡Es aquí!- la anciana abrió la puerta de madera y les hizo pasar a una habitación fresca, con una ventana grande y dos camas separadas. Además de una cómoda de madera.

-Servirá. Muchas gracias por todo, déjenos organizarnos y ahora haremos cuentas de lo que le debo.

-Muy bien, señorito- se volvió a Mariquita – Señorita, piénsese lo de esta noche. Seguro que le va a encantar.

Juanín y Mariquita acabaron de ordenar sus cosas y de asearse. No dijeron palabra hasta que Mariquita se tumbó sobre una de las camas y exclamó que tenía hambre.

-Ahora buscaremos un bar donde puedas llamar a la abuela y, de paso, comer.

-¿Llamar yo? ¿Y por qué no la llamas tú?

-Porque la idea de coger el bus en vez del tren ha sido tuya. Así que serás tú quien llame a la abuela y le diga que sus nietos no van a poder estar a cenar porque su nieta es una cabezona.

A regañadientes, Mariquita salió con Juanín en busca de un bar que pudiera tener teléfono. Por desgracia, parecía que también había alguna incidencia con la línea ese día, así que tampoco fueron capaces de contactar con su familia. Por lo menos, les sirvieron una de las mejores comidas que habían probado nunca, así que disfrutaron mucho de la comida y el mal ambiente entre ambos se fue calmando.

Tras una larga siesta en la posada, los hermanos se dispusieron a explorar el amurallado pueblo en el que se encontraban. Descubrieron que había muchos palacios y casas señoriales a lo largo del pueblo, lo cual les llamó bastante la atención.

Mariquita comenzó a tomarles cariño a las preciosas calles empedradas y los sobrios palacios del pueblo. Tras una largo paseo, fueron a la plaza para tomar una riquísima merienda mientras observaban como el pueblo comenzaba a llenarse poco a poco de gente que acudía a ver los conciertos de esa noche.

Cuando volvieron a la posada, dispuestos a darse un buen baño reparador, la anciana les recibió de nuevo con una gran sonrisa y la petición de que no faltaran al espectáculo de esa noche.

-Tomen, jóvenes – la anciana les tendió un par de velas blancas-, enciéndanlas cuando lleguen a la plaza y quizá iluminen su noche para poder estar junto a su familia.

Cuando ambos habían disfrutado de ese ansiado baño, Juanín tendió una de las velas a Mariquita, que yacía algo cabizbaja sentada en el borde de su camastro.

-Creo que sería buena idea ir a los conciertos. Nos animará un poco y, bueno, quién sabe lo que nos podemos encontrar.

Mariquita aceptó la vela y ambos se dirigieron hacia la plaza cuando comenzaba ya a desaparecer el crepúsculo entre las preciosas estrellas del firmamento nocturno. El pueblo emitía una tenue iluminación que pronto se vería achantada por los miles de cirios que estaban a punto de prender. La plaza estaba llena de gente encendiendo sus velas. Cuando los hermanos encendieron las suyas, Mariquita pudo distinguir una figura muy especial entre el gentío: Su abuela.

-¡Juanín!- dio un respingo-, la abuela está justo allí, ¡vamos!.

-¿Qué dices Mari?

Mariquita tiró de su hermano hasta el grupo de personas donde había perdido de vista a su abuela. Efectivamente, ambos se llevaron una gran sorpresa cuando vieron a sus familiares encendiéndose las velas los unos a los otros.

-¡Chicos! Pensábamos que vendríais mañana al final. ¿Qué hacéis aquí?

Todos se dieron abrazos a modo de saludo y Mariquita y Juanín explicaron la jornada que les había llevado hasta esa plaza.

-Todos los años venimos a los conciertos, es un espectáculo precioso. Ahora que estamos todos juntos, será más bonito todavía -dijo su abuela abrazándolos.

Juanín lanzó a Mariquita una mirada cómplice, como un «te lo dije» silencioso. Mari, biquiabierta, susurró a su hermano un «¿Lo sabías?» y ambos rieron. La música comenzó a sonar, las luces del pueblo se apagaron y las llamas de las velas alumbraron las calles de piedra de ese precioso pueblo. ¡Estas iban a ser las mejores vacaciones de Mariquita!


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