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Las Amigas en Las Azores

Los cuentos de Dolls and Dolls pretenden fomentar la avidez lectora de los más pequeños de la casa, ayudándoles a mejorar su imaginación y su comprensión lectora. Además, cada uno de nuestros cuentos transmite unos valores que vienen indicados antes de cada inicio de la lectura. ¿Preparados?

Valores del cuento:  🙂 Amistad   ∴ Responsabilidad  ♠ Resolución de Conflictos


El vuelo salía esa misma tarde, pero Carol todavía estaba acabando de hacer sus maletas. Mientras rebuscaba a toda prisa entre la ropa de su armario, su tablet emitía sonidos agudos y molestos de una conversación que parecía meterle prisa. En efecto, Claudia, Manica y Cleo estaban visiblemente alteradas en la conversación que las cuatro estaban manteniendo vía FaceTime.

-Carol, ¿sabes dónde vamos, verdad? -preguntaba Claudia.

-Perfectamente. Por eso debo llevar mi precioso vestido azul- sonrió.

Se apresuró a despedirse de sus amigas y a guardar su tablet en su bolso de mano. Le costó cerrar la maleta, pero cuando lo consiguió era ya casi la hora de comer. Había quedado con las chicas en su restaurante favorito, donde siempre pedían varias ensaladas para compartir.

Hacía mucho tiempo que no realizaban un viaje juntas y todas estaban muy nerviosas y emocionadas. Claudia había hecho la maleta una semana antes y Manica y Cleo se habían empapado de mucha información de la zona -incluso chapurreaban algo de Portugués-. Desde su viaje a Tailandia, no habían tenido ni un minuto de vacaciones debido al gran éxito que estaban teniendo. Sesiones de fotos, modelaje, entrevistas… ¡El teléfono de Paola Reina no dejaba de sonar! Por eso querían tomarse un respiro en un lugar inhóspito pero hermoso.

Cuando se reunieron entorno a la mesa del restaurante, tras un emotivo saludo, todas sonreían y emitían unos agudos y adorables soniditos de «hamster». ¡Qué nerviosas y contentas estaban! Se apresuraron a pedir las ensaladas para poder hablar del viaje tranquilas.

-Mirad el plano de la isla- Cleo desplegó un mapa mediano que mostraba la Isla de San Miguel-. Aterrizaremos en este punto y después cogeremos un taxi hasta Candelaria. Sólo nos costaría llegar 25 minutos.

-Además, lo bueno es que podremos admirar la preciosa costa de la isla. ¿Verdad que es genial? -apuntó Manica.

-¿Seguro que la casa que habéis mirado es limpia y bonita? Mira que yo…

-Ay, Carol siempre igual, ¡confía en nosotras! Ya verás como es estupenda.

A medida que iban acabando de comer, los nervios se acentuaban entre el grupo de amigas. Cleo y Manica comentaron entusiasmadas que no querían irse de la Isla sin fotografiar al tritón crestado, Carol comentó todos los modelitos que había embutido en su maleta y Claudia manifestó sus ganas de caminar por sus bosques y probar los platos tradicionales.

Así, las cuatro amigas se dirigieron al aeropuerto con sus maletas. Iba a ser un viaje largo, ya que debían antes realizar una escala en Portugal, pero sin duda merecería la pena.

Cuando llegaron al aeropuerto de la isla, el cansancio se había apoderado de ellas y no veían la hora de llegar a su destino. Era ya de noche cuando llegaron, así que Manica tuvo que cambiar un poco su discurso una vez dentro del taxi.

-¿Dije que veríamos la preciosa costa? Bueno, pues quería decir que veríamos las preciosas estrellas desde la costa- rió.

Lo cierto es que Manica fue la única que disfrutó del paisaje estrellado mientras practicaba algo de portugués con el taxista, ya que sus amigas se habían quedado dormidas en la parte de atrás del vehículo. Una vez entraron a Candelaria, las fue despertando para que pudieran recoger sus maletas y entrar a la casa.

La señora de la «Casa da Candelaria» les estaba esperando con las llaves en la mano; aunque las horas no eran las adecuadas, la dueña les recibió con una sonrisa en la cara muy amable. Les mostró las habitaciones y el enorme jardín que tenían a su disposición. Las habitaciones no tenían vistas al mar, pero la casa estaba casi en primera línea de mar y, además, tenía la estructura típica de Las Azores. ¡Toda una monada!

-Teníais razón, chicas, ¡me encanta la casa!- dijo Carol mientras todas se retiraban a las habitaciones. Cleo le tendió una de las almohadas que les habían sobrado en las habitaciones con una amplia sonrisa.

-Pues espero que duermas bien, porque mañana nos espera una buena caminata.

El gallo de la casa vecina las despertó antes de hora, pero no mucho antes de que la alarma de Cleo sonara. Todas se reunieron en la cocina tras asearse, dispuestas a zamparse un buen desayuno. Sobre la encimera de la cocina descubrieron una cesta que contenía unos cuantos huevos junto a una nota que decía «Queridas, espero que tenham dormido bem. Deixo estes ovos para você tomar no café da manhã. Divirta-se!». Carol miró la nota y, en cuanto intuyó que estaba en portugués, se la tendió rápidamente a Cleo y Manica.

-Nos ha regalado estos huevos para que los desayunemos…¿Serán de sus propias gallinas? ¡Que guay! -exclamó la primera.

-Y nos desea un feliz día- dijo Manica.

-Bueno, entonces, ¿qué hacemos hoy? -Claudia se sirvió un vaso de leche fresca y Cleo y Manica se miraron riendo.

-¿De qué os reís?- preguntó Carol mientras freía los huevos.

En cuanto emprendieron el viaje hacia el destino de su primer día en Las Azores, en seguida Carol y Claudia comprendieron por qué sus amigas se habían estado riendo tanto en el desayuno. Estaban de camino a visitar nada menos que la Caldeira do Alferes.

Cogieron un taxi hasta Várzea y de ahí caminaron por los preciosos senderos adaptados que rodeaban el Lagoa Azul y el Lagoa Verde. Las vistas eran increíbles, tanto que Carol no se quejó en ningún momento del largo paseo mañanero -cosa curiosa, ya que solía ser la más perezosa de todas-.

-¿Veis aquella montaña chiquitina, rodeada de vegetación?-señaló Manica a su grupo de amigas- Esa es la Cladeira. Supongo que ya sabéis que Las Azores son un conjunto de islas volcánicas, por ello su vegetación es tan frondosa.

-Se dice, además, que pueden haber formado parte de la antigua Atlántida -apuntó Cleo.

-Bueno, Carol, no te quejarás. Menudas guías que tenemos, ¿eh?- rió Claudia.

Cuando las amigas bajaron por los senderos de la frondosa montaña, pasando por el Miradouro da Vista do Rei, pararon para complacer el objetivo de Claudia en Sete Cidades, un pequeño pueblo junto al lago. Claudia se entusiasmó muchísimo cuando probaron la maravillosa comida de allí y el resto de sus compañeras no pararon de hablar sobre todas las fotos que habían hecho en la montaña.

Al volver a la casa, Carol se tumbó en el sofá derrotada, mientras Cleo les señalaba en el mapa de la isla los maravillosos lugares que visitarían durante el resto de la semana. Todas estaban agotadísimas pero muy contentas por haber empezado sus vacaciones bien merecidas.

-¿Vamos a visitar todas las islas? A ver si nos va a cansar el viaje en vez de relajarnos…

-No te preocupes, Carol, no estás obligada a venir a ver todos los paraísos que encierran estas islas. No queríamos torturarte.

El comentario de Manica hizo que todas comenzaran a reír.

Pasaron la noche volcando sus fotos en sus tablets y portátiles; escogieron una película e inauguraron la semana con una de sus fiestas de pijamas improvisadas. La señora de la casa se acercó para dejarles unos pastelitos que había preparado y para ver cómo se encontraban. Claudia devoró casi todos los pasteles mientras veían la película, así que fue la última en quedarse dormida.

Al día siguiente, Cleo comenzó a despertar a sus amigas a toda prisa; tenía muchas ganas de ver el otro lado de la isla y poder fotografiar al tritón crestado. Casi tantas como Claudia de volver a probar los platos exquisitos de la isla y de Manica y Carol de contemplar el paisaje.

¡Qué vacaciones más emocionantes les esperaban!

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